viernes, 9 de enero de 2009

Ser Carmelita con la Beata Isabel de la Trinidad


Ser Carmelita con la Beata Isabel de la Trinidad:


1.- Un Prolongado DeseoIsabel de la Trinidad transcurrió el ochenta por ciento de su corta vida en el mundo.
No podemos estudiar aquí este período tan importante de su madurez espiritual. Limitémonos a dos preguntas: ¿Cómo conoció y deseo el Carmelo? ¿Cómo se preparo para entrar en él?



A. Primeros contactos con el Carmelo.Nacida el 18 de julio de 1880 en el campo militar de Avor, cerca de Bourges, la hija mayor del capitán Catez perdió a su padre cuando apenas tenia siete años y tres meses. La señora Catez con sus dos hijas Isabel y Margarita y una criada se traslada a la calle Prieur- de-la- cote-d`or en Dijon, en donde ocupa un apartamento en un segundo piso. El cuarto de Isabel da al edificio del Carmelo muy cercano. La señora Catez admira mucho a Santa Teresa - “nuestra santa Madre, a quien me enseñaste a amar, siendo aun muy pequeña”, le escribirá Isabel (L.178)- Pero aborrece la eventual entrada de una de sus hijas a un monasterio de la Madre.

Un día la señora Catez lleva consigo a su hija de ocho años al locutorio del Carmelo. La pequeña Isabel, a pesar de su carácter siempre bromista, siente tal terror delante de las gruesas rejas, que es incapaz de decir su nombre a la dulce voz femenina que se lo pregunta detrás del velo negro. Este su primer contacto con el Carmelo.

El segundo será mejor. Es el día de su primera comunión, el 19 de abril del año 1891; a la edad de casi 11 años, en su blanco vestido de primera comunión, la joven Isabel contempla a través de las rejas, cuyo velo esta vez esta corrido, el rostro sonriente de la buena priora María de Jesús, que, sobre una estampa, le explica que su nombre, que en otra ocasión no había sabido explicar, significa “Casa de Dios”. Explicación equivocada, ya que este nombre hebreo significa “Mi Dios es Plenitud”. No importa. Isabel se sentirá tan unida a la explicación de “Casa de Dios” que, precisamente en esta mañana, recibiendo por primera vez el Cuerpo de Cristo, se ha sentido visitada, habitada, casita y templo de Jesús que la ama. Conservara esmeradamente la estampa recibida y debió mirarla y leerla con frecuencia: frente a la reproducción de Santa Teresa, la seráfica, la pluma en la mano, escuchando la blanca paloma del espíritu, y en el anverso el texto de su “señalador” (Nada te turbe, etc.”) y algunas máximas de la Santa. La fisonomía espiritual de este extraño convento, cercano, poco a poco se esclarece.

En adelante Isabel sentirá una gran atracción hacia el misterio de la Eucaristía. “No pensaba en otra cosa que en los días en los que le seria permitido recibir a nuestro Señor, los contaba, hablaba de ello en todos nuestros encuentros”, testifica una amiga. “Ángel o demonio”, había profetizado de ella el sacerdote que la preparaba para su primera comunión! Isabel hace esfuerzos constantes e intensos, luchando contra su “terrible carácter” (J 81), inclinado a la cólera y al dominio. Progresa también en los aspectos sociales, artísticos, agradables. Frecuentando el Conservatorio de música y (recibiendo en casa lecciones privadas de formación literaria y general), pasa diariamente horas en el piano, lo que hace que obtenga su primer premio a los trece años.

Decidida a consagrar su vida al señor en la vida religiosa, a partir de los siete años, su aptitud para la oración y su atracción hacia lo absoluto la orientan sobre todo hacia la vida claustral. Pero dónde? Sueña con las Trapenses o con las religiosas de la Cartuja. La austeridad y la mortificación la atraen. Pero el misterioso convento de sus vecinas, las carmelitas, continua, sin embargo, atrayéndola.

Va a cumplir catorce años. Una mañana, durante su acción de gracias, se siente irresistiblemente impulsada a pronunciar el Voto de virginidad perpetua, algunas semanas después, como un mensaje personalísimo de Dios, una elección brota de su corazón, cristalizando en adelante todos sus sueños y deseos: “me pareció que la palabra “Carmelo” había sido pronunciada en mi alma.
Consternada por el deseo de su hija, la señora Catez le prohibió frecuentar el Carmelo. Pero el mal estaba hecho! El virus carmelitano la ha contagiado definitivamente y entre los “pensamientos cristianos”, que esta jovencita de 14 años recoge, en una hoja de papel, lo que más le interesa, son las máximas de Santa Teresa.

Con los nombres de Jesús y de María, los de “Teresa” y “Carmelo” son los que en adelante llenaran la música los oídos de la joven pianista, deseosa toda ella de abandonar su instrumento a cambio del silencio del Carmelo y el lenguaje de Jesús: “con tu Hijo, Madre tan amada /, Yo quiero llevar una vida escondida/. Yo quiero estar en el Carmelo. / Es mi voto eterno” (P.2). He aquí, a la edad de catorce años, una definición de la vida del Carmelo: Una vida “escondida, pero con”, junto con el hijo de María! Y que fuego alienta en el fondo de su alma ardiente y apasionada!: “Jesús, mi alma esta celosa de Ti. / Yo quiero pronto ser tu esposa”. Estar “pronto” en el Carmelo, no para complacerse en la dulzura de un sueño y de un sentimiento narcisista, sino para compartir la gran obra redentora de Cristo, y entregarse a la muerte que conduce a la plena unión del cielo: “…Contigo yo quiero sufrir. / Y para encontrarte morir” (P. 4). Nótese la semejanza con el quiero ver a Dios” de Teresita de Cepeda y Ahumada partiendo para el martirio y la resonancia de su divisa “o padecer o morir”. El mismo día, además, Isabel llama a Teresa “Feliz alma predilecta” (P. 6). El alma de Isabel es también tan recta y tan noble que se adivina fácilmente donde nace su deseo de una oblación total: “Tu has muerto mí/ y nada puedo padecer por ti” (P. 18). PARA Y CON: serán siempre dos ejes de la vida carmelitana de la futura Isabel de la Trinidad.




A– En el crisol de la prueba
1.- El deseo profundiza el ideal.
Nuestra futura Carmelita es inteligente y, por tanto, comprende que su entrada “rápida” al Carmelo no será inmediata. Hace, pues, lo que su madre desea y se dedica alegremente a la vida diaria, fiel a sus ejercicios de piedad, e igualmente a su trabajo con las lecciones y las repeticiones musicales, coronadas con éxito cuando participa en los conciertos organizados en la ciudad o en los salones de los amigos. Participa también activa y felizmente a las vacaciones anuales en el sur o en los Montes Jura, con todos sus amigos, con mucha alegría.

A los 16 años la espera comienza ya a pesarle. Antes de llegar a los 17 su confesor, el P. Sellenet , explica inútilmente a la señora Catez la vocación de su hija al Carmelo. Se puede ver en sus poesías como Isabel huye un poco de la realidad para descansar, justo con la nostalgia de su edad, en este claustro tan cercano y a la vez tan lejano, en donde vivirá un día en “el monte solitario” (P. 32). Parece que se asfixia en la llanura, tiene la impresión de “languidecer” (P. 29), tiene “envidia” de la felicidad de las carmelitas que pueden “darse” (P. 40). Y las idealiza viéndolas como “almas selectas” (P. 31) y “religiosas santas” (P. 40). Todo lo relacionado con su “querido monasterio” (P.33), sus campanas (P 33,40,41,45), su capilla (P. 34), sus muros y celdas (P. 40,38) aumenta su carga afectiva. La atrae el Habito carmelitano (P.38) y su corazón se une con emoción ya “la futura hermana” (P.40), que aspira “hace ya muchos, muchos años… vestir la Librea santa y humilde” del Carmelo (P.42) y ser “una humilde carmelita” (P.40). Pide a Santa Teresa (P.32) y a santa Isabel de Hungría “defiendan su causa” ante el Señor (P.42) ¡es necesario que María la conduzca “cuanto antes al Carmelo” (P.36) y “acceda” (P.34,42) a su deseo!

Qué bello es este deseo de entregarse más profundamente a Cristo! Pero la tardanza en su realización es también importante ya que enriquece las grandes líneas del ideal acariciado y lo proyecta más nítidamente en el espíritu de Isabel. La vida carmelitana se prevé como “amar, orar, sufrir” (P.36), en la humildad (P.40), la pobreza (P.38,40), la austeridad (P.29,38,42)y la soledad” monacal, en donde vivirá “escondida, inmersa en la soledad” (P.31) por Jesús y por su gran obra redentora (P.32,35,39,43). La reciprocidad en el amor y la oblación en el don de si misma saltan a los ojos: “Tras penosos sufrimientos/ has muerto Señor, por mi,/ Tu sabes que mi esperanza/ solo es vivir para ti./ Soy ciertamente feliz/ por ostentar el honor / de marchar por el calvario/ compartiendo tu dolor” (P. 36). “Cómo ellas (las carmelitas) yo quiero también todo dejarlo./ tan solo anhelo darte mi vida. / Quién pudiera morir en tu cruz/ y poder compartir tu agonía” (P. 34). El Carmelo le parece igualmente un “rinconcito del cielo” (P. 32,34,40), porque es vida de amor vivida en unión de corazones con sus hermanas (P.31,38,42). Antes de sus 18 años Isabel recibe, pues, su primera formación carmelitana, ciertamente no con instrucciones o lecturas apropiadas, sino a través de las grandes líneas generales de la vida de las carmelitas tal como se les conoce fuera de los muros del monasterio, o como se presenta a veces en un sermón o en una conversación con el confesor o con las amigas y, por supuesto, en primer lugar con la señora Catez. Además está ese profesor permanente, mudo, totalmente silencioso, pero muy elocuente: ese monasterio silencioso en medio del gran jardín de la clausura, que solamente eleva su voz en sus campanas que invitan a la oración, cuyas salmodias resuenan en la misma capilla. En fin está el Maestro interior que ilumina por dentro.

2.- “Carmelita por Dentro”Pero su porvenir Carmelitano se ensombrece…No se trata solamente de la oposición de su madre, y por tanto la espera, sino la salud de la señora Catez se deteriora de tal forma que Isabel, como hija mayor, se pregunta ansiosamente si su deber no será permanecer en casa para acompañar y cuidar a su madre enferma, hasta que muera. Y entonces, adiós bello sueño del Carmelo!!!

Isabel va a hacer un descubrimiento muy importante: acaso no le había pedido frecuentemente a Jesús el poder sufrir con El y por El? Allegado el momento!! Por qué esperar hasta mañana, hasta el Carmelo? Si hay que esperar al Carmelo, aceptara y si el Carmelo no llega jamás, también lo aceptara.

Isabel descubre que la realidad del amor consiste en entregarse a Cristo en el momento presente y en su contexto concreto.”Hágase tu divina voluntad…/ Deseo siempre hacer lo que tu quieras, / OH mi dulce Jesús, celeste amigo. / Que tu voluntad sea, pues, la mía…” (P.44). acaso no había dicho Santa Teresa que “la verdadera unión consiste en la unión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios”? Isabel lo ha descubierto contemplando con frecuencia a Jesús crucificado y viendo su sed de amor en la cruz. La Madre Germana, su futura priora en el Carmelo, dirá gustosamente: ha sido el Espíritu Santo solo quien la ha formado! La voluntad actual y concreta del Señor se convierte desde entonces en la estrella que conduce a Isabel, de tal modo que en el momento de su entrada al Carmelo podrá decir que quiere llevarse en el cielo el nombre de “Voluntad de Dios” (N I 12)!!.

No ha lugar de dudas de que el don generoso de sí misma a la voluntad concreta de Dios, aunque exija el abandono total de su sueño del Carmelo, es el fruto de una gran fidelidad en la búsqueda y encuentro enseña y clarifica a Isabel. En el momento de su gran descubrimiento y de su gran sacrificio, esta jovencita de 17 años y medio conserva ya su corazón para Jesús como “un jardín solitario”, en el que el Señor “la visita frecuentemente” y hace en él “su pura morada”: “Siempre mi corazón está con El./ Siempre está recordando noche y día/ al Esposo, al Amigo celestial/ a quien quisiera demostrar su amor” (P.43). La configuración con Cristo que será el ideal fundamental de su vida de Carmelita es desde ya su sueño juvenil: “asemejarse” a este “modelo”, ser “como El crucificada” (P.46)! le “pide en recompensa/ compartir su pobreza y humildad” (P45)!

Pero siempre con su nota característica de unión orante! El día de Pentecostés de 1898, la que se llama ya “esposa de la Trinidad” y “que no desea sino su voluntad” orará: “Espíritu de Dios, fúlgida luz,/ que desciendes a mí lleno de dones,/ al sumergirme, al fin, en tus dulzuras,/ aniquila y destruye mi corazón./ Tú que mi vocación me has otorgado,/ realiza en mí esa obra tan profunda/ de perfecta unidad, de aquella vida oculta en Dios que tanto deseo/ Sólo en Jesús se cifra mi esperanza,/ pues aunque viva aún dentro del mundo,/ El es mi aspiración y pensamiento,/ mi Amigo celestial, mi único Amor./ Tú, suprema bondad, Belleza eterna,/ Espíritu al que adoro y a quien amo, consume con tu fuego, mi corazón, mi cuerpo, mi propia alma” (P.54).

Todo lo que acabamos de describir sucede antes de cumplir Isabel los 18 años! La salud de la señora Catez se restablece y el proyecto abandonado por Isabel se convierte nuevamente en esperanza. Como fruto de la gran Misión predicada en Dijon, la señora Catez aceptará, aunque con vivas lágrimas, la futura entrada de su hija al Carmelo. Y aunque le pide que espere a cumplir 21 años- todavía algunos 850 días-, este 26 de marzo marca una etapa decisiva, pues ya Isabel esta segura de su futuro monacal- seguridad que de tiempo en tiempo se verá todavía amenazada, pero no definitivamente sepultada.

Isabel se siente ya futura monja, retenida provisionalmente en el mundo. Y aunque continué prestando sus servicios en la casa y, de muchos modos, en la parroquia; aunque frecuente las tertulias bailables, rechazando decididamente toda propuesta matrimonial, vive “en el mundo sin ser del mundo; puede ser Carmelita por dentro y quiero serlo” (N I 6). En “la celda de su corazón” (N I 5) experimenta su mas profunda alegría: “Tú lo sabes, buen Maestro, cuando asisto a estas fiestas, mi consuelo consiste en recogerme y gozar de tu presencia, pues te siento profundamente en mi, OH mi Supremo Bien. En estas reuniones casi no se piensa en ti, y creo que tu eres feliz porque un corazón pobre y miserable como el mío no te olvida” (J 138). Llevar la contemplación al mundo y tratar de acercar más el mundo a Dios! Antes de ir a una tertulia ora: “Que El este de tal modo en mi, que cuando se acerquen a su pobre prometida lo sientan a el y piensen en El!...Nosotras lo refleje, que lo entreguemos a las almas. Es tan bello pertenecer a El, ser totalmente suya, su posesión su víctima de amor” (L. 54).

3.- Los beneficios de la Prueba
La intensidad de su deseo de entregar su vida a Jesús como Carmelita, la oposición de su madre que la obliga a una prolongada espera (hacerse religiosa a los 18 años no era ninguna excepción en esa época), y el abandono total de su proyecto, incluso el renunciar al Carmelo, si Dios lo quisiera, producen grandes beneficios en el crecimiento espiritual de Isabel, a quien, muchas de sus más íntimas amistades, consideran ya, en el momento de su entrada, como “una santita”.

A) En las dificultades Isabel se ha ejercitado intensamente en la adquisición de una virtud profunda. Adquiere la costumbre de renunciarse, de la “mortificación interior”… a lo que quiero llegar absolutamente con la ayuda de Dios” (J 13). “Toma mi voluntad, toma todo mi ser, que Isabel desaparezca y no exista mas que Jesús” (J 156): “quiero hacer tu voluntad por encima de todo” (N I 5). Axial se prepara especialmente para la obediencia de su futura vida de carmelita, para la flexibilidad en las relaciones comunitarias y para el abandono total que exigirán bien pronto el sufrimiento físico y la muerte.
B) El deseo de ser fiel ha profundizado especialmente su amor a Jesús, uniéndose fuerte y solamente a El. Futura monja, busca un desprendimiento total e interior de lo que no sea Jesús.
C) La larga espera le ha dado igualmente una oportuna preparación psicológica para su nueva vida, con sus sistemas monacales y sus sacrificios. En las dificultades que puedan presentársele en el Monasterio, ella no abandonará el ideal por el que tanto ha sufrido y por el que todo lo ha abandonado.
D) Fascinada por la unión con Dios y obligada a renunciar provisionalmente su contemplación de la paz, del hábito y de la atmósfera monacales Isabel se concentra en la esencia de toda oración cristiana, hecha en el mundo o en el silencio de un corazón que solo quiere pertenecerle” (L.38)

Es acaso esta obligación de concentrarse en lo esencial cristiano y como joven laica, lo que ha preparado tan bien a Isabel para orientarse, como Carmelita, hacia las grandes riquezas de la fe que Jesús y los apóstoles nos han revelado? Extasiándose ante la belleza de la vocación teresiana- “sublime vocación”, como la ve ya desde joven (P.68)- La Carmelita podrá con toda convicción recordar a sus amigas laicas que “esta parte mejor, que parece ser privilegio mío en mi bien amada soledad del Carmelo, Dios la ofrece a toda alma bautizada” (L.129) y que la santidad es posible “cualquiera sea nuestro tipo de vida o el hábito que nos cubra” (CF 24). Por lo demás; no lo olvidemos; “a la Carmelita la reconoce Jesús interiormente, es decir, en su alma” (L. 133).
Esta insistencia en lo esencial y común a todo cristiano no será quizá la razón por la que tantos hermanos y hermanas en medio del mundo y en plena actividad ven en Isabel una cierta compañera de destino? Se entiende entonces por qué la experiencia contemplativa de Isabel, joven laica, es uno de los aspectos proféticos de su mensaje hoy, y aún para los jóvenes.
4.- La última preparaciónDespués del consentimiento de su madre, su preparación para el Carmelo se especifica y se intensifica. Isabel prosigue su lectura parcial de Santa Teresa. Después de la larga prohibición de todo contacto ve también al Carmelo a visitar a la M. María de Jesús, en quien encuentra comprensión, estímulo y algunas enseñanzas sobre la oración; ella le recomienda además algunas lecturas carmelitanas; por eso en 1899 Isabel leerá la primera edición de la Historia de un alma y se entusiasmara con los deseos de amor de sor Teresa del Niño Jesús, su compatriota y contemporánea, y de la que copió largos extractos y, por lo menos cuatro veces, el Acto de ofrenda al Amor Misericordioso. Según sus apuntes, Isabel debió también relacionarse con la vida de la Venerable Ana de Jesús (fundadora del Carmelo de Dijon), la de Santa María Magdalena de Pazzi, la de san Juan de la Cruz, y con algunos sermones del P. Vallée O.P., que encontró en el locutorio del Carmelo, un año antes de su entrada, y que la animaron fuertemente en la vida interior que el Señor le había ya descubierto.

Antes de entrar en el Carmelo Isabel atravesará todavía por tres purificaciones. En primer lugar, la separación inminente de su madre, quien ama tiernamente a su hija mayor, niña de sus ojos, y a quien Isabel, a su vez, ama también perdidamente, el extremo de enfermarse cuando se acerca el momento de la partida. En segundo lugar experimenta una etapa de aridez en la oración, que ella acepta con gran fe y generosidad, sin desfallecer. Y, finalmente, el desprendimiento de su “amado monasterio” de Dijon, pues María de Jesús quiere llevar su Postulante a la nueva fundación de Paray-le Monial; la maleta de Isabel se encuentra ya allá, cuando dos días antes de su entrada, en consideración a la señora Catez, se deciden a dejarla entrar en Dijon, su preferencia secreta, aunque por mortificación ella no lo haya, relativizando así la elección de su monasterio y prefiriendo dar gusto a Jesús.




II. VIVIR Y MORIR EN EL CARMELO.
Una comunidad en dialogo con los acontecimientos.

1.- La situación

Cuando Isabel entra en el Carmelo de Dijon, el 2 de agosto de 1901 (tiene 21 años y quince días) la tormenta ruge alrededor de esta fortaleza de oración. Un mes antes la actitud anticlerical del estado francés ha desembocado en el voto de las “leyes anticongregacionales”, que, aplicadas rigurosamente en 1902 y 1903 por el gobierno Combes, obligaron a decenas de miles de religiosos y religiosas a expatriarse. Muchos Carmelos partieron para el extranjero. El Carmelo de Isabel encontrará refugio en Bélgica, a donde trasladaron parte del mobiliario en 1903. Finalmente la comunidad será obligada solamente a cerrar la capilla al público, desde abril de 1903 al verano de 1906, algunos meses antes de la muerte de Isabel. Sin embargo la zozobra de un posible exilio y aun mas el sueño del martirio, bastante improbable, pero que sostiene la generosidad de las jóvenes carmelita siempre alerta, no estarán ausentes jamás de la corta existencia carmelitana de Isabel. El movimiento de reparación y de fervor cristianos, en medio de la indiferencia y la oposición, es también favorecido por la suerte del Soberano Pontífice “prisionero en el Vaticano” después de la expropiación de los Estados Pontificios.



La comunidad de Isabel no simpatiza tampoco con la situación de la iglesia local. Grandes tensiones, amargas divisiones después, se crean estoa años en torno a la controvertida persona de su jefe espiritual, Mons. Le Nordez, sospechoso de pertenecer a la francmasonería, simpatizante con el gobierno, por lo menos, y en conflicto con la gran mayoría de los obispos franceses. Este obispo preside la toma de hábito de Isabel. La comunidad, muy contrariada por el comportamiento del Prelado que, por otra parte, gusta mucho de visitar el Carmelo y entrar en la clausura, buscara para la toma de el Velo de Isabel una fecha… en la que se sabía que el obispo estaría ausente de Dijon. El desorden y la confusión entre los diocesanos aumenta. La prensa se mezcla en el asunto, los padres no quieren hacer confirmar a sus hijos, los seminaristas (entre quienes se cuenta Andre Chevignard, cuñado de su hermana Guita, corresponsal de Isabel y visitante del locutorio) hacen huelga y salen todos en bloque del Seminario. Invitado por Roma a presentar su renuncia en 1904, Mons. Le Nordez deja la diócesis sin pastor hasta el nombramiento de Mons. Dadolle en 1906 quien visitará todavía en su lecho de muerte a Isabel. Las grandes intenciones para la oración no han faltado, pues, jamás en el Carmelo de Dijon, que deberá vivir un poco y día a día en la confianza y en el abandono.

Al interior del Carmelo mismo, el comienzo de la vida religiosa de Isabel está marcado por el importante acontecimiento de la fundación de Paray-le Monial. Hay todavía algunas profesas, pero al entrar al Carmelo, Isabel es la séptima joven del “Noviciado” (como no se hacía más que una sola profesión, las jóvenes profesas permanecían aún tres años en el noviciado) . Por eso Isabel no tendrá cerca de sí por mucho tiempo a su “buena Madre”, María de Jesús, que “sabe dar tan bien Jesús al alma (J.154). Aprovecha también durante algún tiempo el alimento espiritual de la priora: “nuestra querida madre viene todos los días al noviciado dos horas y media o tres. Si estuviera en un rinconcito para alimentarse junto conmigo” (L.89). Dos meses después de su entrada pierde a su buena “Madre, a quien tanto quería” (L.e 90). María de Jesús se une definitivamente a sus hijas de Paragay.

2.- Diez y siete carmelitas
En las elecciones del 9 de octubre de 1901 la joven postulante recibe su segunda priora, hermana Germana de Jesús, cuyas grandes cualidades no tardarán en cautivar toda la confianza de la fervorosa Isabel. A pesar de sus…31 años, la Madre Germana sabe unir a su gran sentido sobrenatural, hecho de fe profunda y de viril generosidad, un corazón maternal y un sincero respeto por la persona de sus hermanas, en particular de las jóvenes, pues juntando el cargo de maestra de novicias al de priora, la madre Germana parece haber realizado el deseo ideal que la madre Teresa proponía a sus prioras; seguía en todo caso el deseo que Teresa expresa en sus constituciones referente a las prioras: “hágase amar, para que se haga obedecer”. Isabel aprovecho totalmente esta gracia instrumental que fue para ella la priora, a quien llama su “sacerdote” y quien ejercita un “sacerdocio” respecto a ella. La misma priora que aceptará la oblación de su vida por medio de la profesión religiosa, le ayudara también a hacer la oblación de su vida a través de la muerte. Y podemos suponer que, axial como en Teresa de Lisieux el amor filial y el espíritu de fe se manifestaban diversamente respecto a su hermana, la madre Inés de Jesús, y a la madre María de Gonzaga, en Isabel de la Trinidad se habría manifestado a una tercera priora- que nunca tuvo- la misma obediencia total que tuvo a la primera, hermana Maria de Jesús.

La nueva subpriora, María de la Trinidad, no tiene más que 26 años…espiritual y erudita, no es ni mucho menos un verdadero “brazo derecho” para la Madre Germana, debido a su espíritu un poco irreal y a su carácter bastante impulsivo. Habiendo sido el “ángel” de Isabel se siente bien con la maestra de novicias oficial y trata de delimitar el terreno, María de la Trinidad, responsable del coro y del torno pierde ocasión para librarse de sus frustraciones con la novicia. Isabel conoció la inevitable “dinámica de grupo” en una comunidad de 17 caracteres diferentes.

Diez y siete hermanas, en efecto. De las 19 que quedaron después de la partida para Paray, una hermana anciana muere a los tres meses y la única connovicia de Isabel sale algunos meses más tarde. Sor Genoveva, la única profesa joven del “noviciado” se une a la comunidad hacia fines de 1902, de modo que Isabel queda ya sola en el “noviciado”. Pero como la maestra de novicias es a la vez priora, el noviciado jamás estuvo separado de la comunidad para las recreaciones diarias. En 1904 entra una postulante, pero sale poco después. Finalmente en 1905 hay tres postulantes nuevas en el noviciado, pero la primera sale muy pronto, la segunda cambia de Carmelo, e Isabel moribunda tendrá la alegría de preparar la toma de hábito de la tercera hermana de velo blanco, y a quien desde lo alto del cielo vera también partir!! Esto quiere decir que Isabel ha conocido también la prueba de verse más o menos sola en el “noviciado” y la ultima en la comunidad, y ha visto cerca de si fracasos frecuentes. Esto significa también- y la madre Germana lo ha subrayado frecuentemente- que Isabel siendo la mas joven en una comunidad con varias hermanas ancianas y enfermas debió “arremangarse las mangas” para trabajar en los múltiples pequeños trabajos y oficios de un Carmelo!!

Isabel ha debido “hacerse” Carmelita

1.- Un postulantazo, con sol
Si la fundación del nuevo Carmelo de Paray-le- Monial empobreció en personal al Dijon, el fin del bullicio de la preocupación, del trabajo, de los contactos, de los sentimientos que pueden acompañar a una nueva fundación, lanzó a la joven priora y, con ella, a su comunidad a una nueva marcha espiritual, en busca de un gran fervor monacal basado en la regularidad y en la fidelidad al espíritu de oración. Es esta comunidad fervorosa, unida y, por tanto, feliz la que apoya los comienzos de la vida carmelitana de la hermana Isabel de la Trinidad.

Sabemos que estos principios se desenvuelven para la postulante bajo el sol: “si supieras cómo es de bello todo en el Carmelo; tu Sabeth no encuentra palabras para expresar su felicidad” (L. 88). “Todo es encantador en el Carmelo. A Dios se le encuentra lo mismo en el lavadero que en la oración. El lo llena todo. Se le vive. Se le respira. Si vieras qué feliz soy… mi horizonte se ensancha más cada día” (L.84 e). La vemos con todas sus aspiraciones finalmente cumplidas. La sedienta de Dios bebe a grandes sorbos. Todo es nuevo, todo el mundo es amable el discernimiento de madre Germana ayuda a la postulante cuya salud se resiente un poco por la emociones y tensiones del gran paso, por el proceso normal en el ritmo de vida y por las austeridades de la comunidad, hasta su toma de Hábito. Esta tiene lugar el 8 de diciembre de 1901, fiesta de la Inmaculada y además domingo. Es una fiesta celestial para Isabel!!! Su unión con Dios alcanza una alegría casi estática.

2.- Un Noviciado en la noche.Imposible describir toda la vida concreta de Isabel en el Carmelo y todas las etapas de sus itinerarios espiritual (1). Nos limitaremos sobre todo a su visión del ideal carmelitano (Cf. III). Nuestras hermanas conocen en sus grandes líneas la vida de Isabel y saben que el año de noviciado para la más joven de las Carmelitas de Dijon ha sido bastante duro. Ciertamente que su generosidad no retrocedió ante ninguna de las dificultades de esta vida escondida y austera, que ella ha deseado con todas sus fuerzas. Acaso no había manifestado cuando ingresó que quería “vivir de amor”, “hacerse pequeñita, entregarse para siempre” ´y acaso no había dicho también que nada le inspiraba tanta aversión como “el egoísmo en cualquiera de sus manifestaciones” (M I 12).

Sin embargo durante este primer invierno en el Carmelo, sin calefacción, de su húmeda ciudad, una profunda noche le envolvió y la angustió. La mortificación del Carmelo (pensemos en el frió, el sueño corto, la higiene) la atrae; la misma mortificación llama profundamente a la energía de esta joven “moderna”, cuya vida burgués, con sus vacaciones, sus relaciones y sus diversos encuentros, había sido variada y poco monótona. Además, privada de toda manifestación musical, el inconsciente de la pianista consumada que era ella pudo haber sufrido una frustración, a pesar de la generosidad con que había hecho el sacrificio total. Al mismo tiempo, a 150 metros de distancia, está una madre querida que llora siempre la partida de su hija. “Pensando en ti, mi corazón ha sangrado algunas veces” (L.178), confiesa la carmelita, íntimamente unida a su madre: Isabel ha padecido todos estos desgarramientos secretos que la lúcida bondad maternal de Madre Germana ha querido curar remitiéndolos solo a Dios. Dado que “el rasgo dominante de su carácter” era “la sensibilidad” (N I 12), la primera adaptación a la vida de Carmelita, durante el año de noviciado con una segunda adaptación más profunda al desierto teresiano y a la “nada” sanjuanista.

La hermana Isabel de la Trinidad sufrirá una confusión íntima que llegará hasta la rebelión de su inteligencia, de su sensibilidad; de su imaginación, que tratará de dominar y de orientar más o menos, en cuanto es posible. Novicia del Carmelo, aceptando las múltiples prescripciones, costumbres y precauciones de la vida religiosa de comienzos del siglo, deseosísima de hacerlo todo a la perfección, cae de nuevo en la incertidumbre de los escrúpulos. Ya antes a los 13 años había sufrido una primera fase de lo mismo, igual que tantas otras jóvenes de ese fin de siglo, en el que las escuelas del jansenismo ejercían todavía su influjo nefasto.

Es la noche de Isabel. Ella sabe que Dios la permite, que Dios la acompaña, con su presencia divina, que no siente, pero en la cual cree con todo su alma tan “cristiana”. La prueba quema nuevamente su salud y se consulta al medico. Isabel no abandonará por propia iniciativa el ideal al que se cree llamada de siempre. Con su generoso amor al Crucificado se adhiere a los consejos u al estimulo de la Madre Germana que resumen en “fe”, “oración” y “confianza”. Lo que no impide que la miseria interior de Isabel sea tan grande que, la víspera misma de su profesión, la priora llame al padre Vergne para que examine la vocación de Isabel y la oportunidad de su compromiso. Isabel está en “el limite de la angustia” (L .152).

3.- Una gran paz.
Al día siguiente, 11 de enero de 1903, domingo de Epifanía, totalmente penetrada de la exhortación de san Pablo: “Os ruego, pues, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios: tal será vuestro culto espiritual “ (Rom. 12,1) Isabel pronuncia sus Votos. “La noche que precedió al gran día, escribirá algunos meses más tarde (L.169), mientras estaba en el coro a la espera del Esposo, comprendí que mi cielo comenzaba en la tierra, el cielo en la fe, con el sufrimiento y la inmolación por aquel a quien amo”!!! Franqueado el umbral definitivo de su profesión, una gran paz la inundó, como aurora de un tiempo nuevo en el que parece que nada podrá alterar su felicidad. La noche cede lugar a la luz y a la experiencia de la presencia amada de Dios: “le siento tan vivo en mí alma” (l. 169). “Soy Isabel de la Trinidad, es decir, Isabel que desaparece, que se pierde, que se deja invadir por los Tres” (L. 172), “siento tanto amor en mi alma, es como un océano en el cual me sumerjo, me pierdo; es mi visión de la tierra, esperando la luz cara a cara” (L. 177), “esta unión divina e íntima es como la esencia de nuestra vida en el Carmelo; esto es lo que hace a nuestra soledad tan amable” (L.184). Qué adorable misterio de caridad!! Quisiera responder a él pasando en la tierra como la Virgen Santa, “conservando todas estas cosas en mi corazón”, sepultándome, por así decirlo, en el fondo de mi alma a fin de perderme en la Trinidad que mora en mí, para trasformarme en Ella” (L.185). “El es el único Ser a quien entregué cuanto poseía. Si contemplo las cosas desde la tierra, descubro soledad y hasta vacío por que, ciertamente, no puedo decir que mi corazón no haya sufrido. Pero cuando fijo mi mirada en El, mi Astro luminoso, OH! Entonces todo lo demás desaparece y me pierdo en el como la gota de agua en el océano. Todo queda tranquilo y sereno y es tan dulce la paz de Dios… tengo tanta hambre de El… está abriendo profundos abismos en mi alma, abismos que sólo el puede llenar. Por eso me sumerge en silencios tan profundos de donde no quisiera salir” (L. e 166). “Es tan hermoso el horizonte… el sol divino hace brillar su gran luz. Ruegue para que esta mariposita queme sus alas en sus rayos” (L,e 185).

4.- Conclusiones
En el momento en que Isabel escribe este último texto lleva ya tres años en el Carmelo, bien anclada ya en su nueva vida. Pero es conveniente sacar algunas conclusiones y hacer algunas observaciones sobre este primer período.

1) A pesar de ser joven profundamente cristiana, ciertamente una verdadera “santita”, Isabel ha debido “hacerse” Carmelita.
2) La actitud positiva de Madre Germana, hecha de clarividencia, de confianza y de paciencia, ha desempeñado un papel enorme en la educación de esta vocación, que el Señor le ha confiado.
3) La dura prueba ha fortalecido muchísimo la base de virtudes, ya bien asentada antes de su ingreso.
4) Madre Germana y hermana María de la Trinidad mencionan en particular la virtud de la humildad. La facilidad para el recogimiento y los progresos espirituales, que Isabel había ya logrado, hubieran podido inspirarle juicios más severos acerca de ciertas hermanas menos favorecidas o más probadas.
5) La prueba ha dado colorido, pero no impedido totalmente su búsqueda contemplativa de Dios. En la fe, frecuentemente oscura, y en el sufrimiento angustioso, ha elevado sin cesar la mirada de Dios escondido, pero presente!!!
6) La prueba no impide en absoluto- al contrario- la alegría de amar, alegría que fundamente también en la fe, pero que llena lo más recóndito de su ser, de ese corazón que sigue entregándose a un ideal altísimo ya que no es otro que el mismo Dios, quien se siente amada. Isabel dice la verdad cuando explica su felicidad,- aunque esconda su precio…revela su secreto cuando responde a una pregunta referente al frío del invierno: “El Señor da sus gracias. Además, es tan agradable, cuando se sienten estas cositas (notemos la relativizacion), contemplar al Divino Maestro que padeció también estos sufrimientos porque nos ha amado excesivamente según dice san Pablo (Ef. 2, 4). Uno sienta entonces sed de devolverle amor por amor. Hay muchos sacrificios como estos en el Carmelo (la confesión se hace más grande), pero son tan dulces cuando el corazón está totalmente enamorado (el amor endulza lo amargo). Voy a decirle lo que hago cuando me encuentro un poco cansada (el principio es válido también para los grandes cansancios): miro al crucifijo y, al ver cómo El se sacrificó por mí, me parece que lo menos que puedo hacer por El es gastar y quemar mi vida para devolverle algo de cuanto El me entregó” (L.e, 136)

Los “Maestros” de Isabel

Madre Germana ha subrayado frecuentemente que antes de cualquier otro ha sido el Espíritu Santo el Maestro que ha formado a Isabel. Ha sido El quien le ha enseñado este recogimiento profundo, revelándole la dulzura de la divina presencia, en la Eucaristía y en su alma. Ella, por así decirlo, ha experimentado la verdad de la existencia de Dios y de su amor por nosotros, la verdad de Jesús y de la Eucaristía. La fe lleva a la niña a la experiencia de la presencia de Dios; la experiencia llevará a la joven a la apertura total y disponible para las grandes realidades de la fe cristiana de las que oye hablar en la catequesis, las homilías, los sermones, las “conferencias para jóvenes” y las instrucciones de algunos retiros que hace. Además en las lecturas hechas, más bien sobrias, antes o después de su entrada al Carmelo.

En la oración, Jesús es el “Maestro”, que ilumina su fe, como lo hizo al encender el corazón de los discípulos de Meaux (Lc. 24,32). En la oración, como en todo lo que es olvido de sí mismo por amor a Cristo, la formación intelectual se enriquece con una formación para la relación con Dios y para la donación a su voluntad. Este contacto de amor fue el que dio a Isabel esa resonancia afectiva, esa fuerza de atracción en las “verdades” de la fe, ese ambiente de comunicación en una relación interpersonal. Al entrar en el Carmelo, a la pregunta sobre qué libro prefería, Isabel respondió significativamente: “El alma de Cristo…ella me descubre todos los secretos del Padre que está en los cielos” (NI 12). En su gran oración escribirá: OH verbo eterno, palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándoos; quiero ser un alma atenta siempre a vuestras enseñanzas para aprenderlo todo de vos” (NI 15) . Había que subrayar también que el substrato doctrinal del Carmelo de Dijon era bastante sólido. Los contactos frecuentes con buenos predicadores y directores espirituales como el teólogo y canónigo Sauve y el Dominicano P. Vallée, acompañados de la lectura de sus notas y la conversación entre las hermanas; habían contribuido a la buena formación de la Comunidad, sencilla, pero sólida.

Madre María de Jesús, y después y sobre todo, Madre Germana trabajaron en la formación monacal de Isabel. De acuerdo a un punto de las constituciones teresianas, la maestra de novicias encontraba diariamente a cada novicia durante algunos minutos; ésta daba cuenta de su oración y pedía los “permisos”; formación detallada, pero fecunda a la larga, enriquecida ordinariamente con “dirección” un poco más larga, y con la “lectura” diaria por la tarde en el noviciado (1). Para ciertas lecturas la M. Germana pedía ayuda a la hermana María de la Trinidad, reservándose, sin embargo, la explicación de las Constituciones y del Camino de Perfección (instrucciones que era las que más le gustaba a Isabel).

Tenemos aquí su primer maestro entre los mediadores históricos: nuestra Santa Madre Teresa! Es “su santa preferida” declara Isabel al entrar al Carmelo, “porque murió de amor” (NI 12). Novicia considera que ser esposa de Cristo en el Carmelo exige “tener el corazón encendido de Elías; el corazón transverberado de Teresa, “su verdadera esposa, que cela su honor” (NI 13). Profesa, quisiera amar a Jesús “como mi seráfica Madre hasta morir de amor: “O caritatis victima” cantamos el día de su fiesta. Esta es toda mi ambición: ser víctima del amor” (L. e 147).
Pero más que por sus escritos, la Madre Teresa ejerce en Isabel su influjo por su obra de Fundadora y por su ejemplo seráfico: “ha amado tanto que muerto de amor” (L.136); para Isabel Santa Teresa es el Capitán del ejercito en el que deben marchar con paso firme cada una de sus hijas; la madre que hay que mirar e invocar, que desde lo alto del cielo protege, estimula y conduce; la reformadora genial, que a precio de grandes sacrificios, concibió el Carmelo como un desierto fraterno y eclesial, como espacio para la oración ininterrumpida: con la estructura de la vida de las Carmelitas- “nuestra manera de proceder”- ha forjado el molde que da forma, en sus líneas esenciales, a la santidad de sus hermanas reformadas. En este sentido podemos decir que la primera “maestra de novicias” de Isabel- y de toda Carmelita- es la vida misma, tal como la Madre Teresa la ha modelado y orientado. Isabel dice:”si viese qué amor siento por esta regla /”Regla” en un sentido muy amplio, como lo veremos más adelante) que es el estilo de santidad que El desea para mí” (L.e 147).

La plenitud de su vida de carmelita será la plenitud de la santidad evangélica, pero la plenitud de la santidad evangélica, pero la plenitud de la santidad cristiana deberá realizarse en la autenticidad de la vocación carmelitana. “La esposa de Cristo” será “la esposa del Carmelo” (NI 13). Ser Carmelita de verdad es ser llamada a la santidad: “pídele (a Santa Teresa) también un poco por mí para que sea una auténtica Carmelita. Es decir, una santa ni más ni menos” (L.e,117). Y esto por la iglesia: “Amar es ser apóstol,/…fue el secreto misterioso que animaba a nuestros santos, / cómo inflamaban las almas./ daban en todo a Jesús,/ su corazón irradiaban” (P.e 90). Entre “nuestros santos” que “irradiaban”, como no reconocer el autor de llama de amor viva, uno de los pocos libros que Isabel guardaba en su celda, junto en un mismo volumen con el Cántico Espiritual. Es este un volumen que ella “ama tanto” (L. 106) y al que en cierto momento llamará “todo el alimento de mi alma” (L. 241) oh, cómo esta enamorada de él! “nuestro bienaventurado padre san Juan de la Cruz” (L. 185), este “gran doctor del amor” (L. 274), “que penetró profundamente en el conocimiento de Dios” (L. e 118)!! Si la Madre esta presente por todas partes en la vida de Isabel con su ejemplo, su espíritu y con la forma de vida que legó a sus hijas, los escritos del pequeño fraile de Durelo- este “Senequita” como lo llamaba la Madre Teresa!- parecen, a su vez, ejercer un impacto afectivo y doctrinal más fuerte que los de la Madre.

Entre “nuestros Santos”, tenemos también a una pequeña Carmelita muerta en olor a santidad” (L. 206), con el mismo nombre, el mismo hábito el mismo deseo de amar y el mismo ardor apostólico de la Madre: la hermana Teresita del Niño Jesús. En el Carmelo, Isabel tendrá un contacto con la Historia de un alma, y aún más sentirá su bienhechor influjo, con la ayuda de la madre Germana, totalmente conquistada por la doctrina de su hermana de Lisieux. Teresita es desde entonces venerada e invocada en el noviciado de Dijon, en el que aparece su retrato (L. 179), nota 16! La doctrina de Teresita influirá en Isabel sobre todo en el campo del deseo de amar, de su encarnación en las “cosas pequeñas” y en la actitud de confiando abandono frente a nuestras faltas, al sufrimiento, a la muerte y a la plenitud de nuestra santidad (1).

Leamos solamente un pasaje, en donde se reconoce fácilmente la presencia de Teresita: “…Sor Teresa del niño Jesús. Sí Germanita mía (una amiguita), vivamos de amor, seamos como ella, siempre generosas, inmolándose constantemente, haciendo la voluntad de Dios sin buscar cosa extraordinarias. Luego, hagámonos pequeñitas, dejemos llevar como el niño en brazos de su madre, por Aquel que es nuestro Todo. Sí, hermanita mía, somos muy débiles. Me atrevería hasta decir: no somos más que miseria. Pero El lo sabe. Le gusta tanto perdonarnos, volvernos a levantar, transformarnos en el (…) yo también Germana, quiero ser santa, santa para hacerle feliz. Pídele que viva solamente de amor. “Es mi vocación”. (…) Tal vez descubramos algunas deficiencias e infidelidades. Entreguémoslas al Amor. Es un fuego que consume. Pasemos nuestro purgatorio en su amor (L. e 153)

En relación con la beata Isabel de la Trinidad se pregunta a veces sobre su “originalidad”- no es este el lugar para profundizar en este asunto-. Preguntémonos solamente: le interesaría a ella el ser original?... su único deseo fue llevar una vida escondida con Cristo en Dios, amar, orar, ser corredentora en la iglesia. El mensaje profético de Isabel de la Trinidad consiste ante todo en la intensidad de su vida santa, de la que sus escritos son providencialmente testigos cualificados.
Ciertamente que una de las “originalidades” de Isabel de la Trinidad consiste en su exploración personal y entusiasta del Nuevo Testamento, y mas exactamente del aspecto “místico” de la Revelación” particularmente de la invitación amorosa de los Tres en nosotros y de nuestra configuración con Cristo, tal como nos lo han enseñado especialmente San Pablo y San Juan, (Evangelio, primera carta, Apocalipsis).. No explicamos todo esto, porque es muy conocido de nuestras hermanas (1). Recordemos de todos modos la costumbre feliz del Carmelo o de la “lectura” del noviciado, un cuarto de hora a la lectura del Manual del Cristiano, es decir, a la lectura del Nuevo Testamento (una parte de un salmo y algunos versículos de la Imitación). El contacto directo y constante con el nuevo testamento ha ayudado poderosamente a dar al mensaje de Isabel su grande objetividad de la fe.


“Tan feliz muriendo Carmelita” (L. e, 245)
Para completar el cuadro que nos permitirá comprender mejor, en la tercera parte, la visión isabelina del ideal carmelitano, recorramos rápidamente los tres años y nueve meses que pasó en el Carmelo después de su profesión.

Su profesión el 10 de enero de 1903 inaugura un período de paz. De alegría, de unión con Dios que parece nada puede amenazar. Isabel asume los oficios de segunda ropera y de segunda tornera (para el torno interno, pues en el Carmelo de Dijon había hermanas externas torneras). En el grupo, ella es una “hermanita”, que, sin embargo, llama la atención de las demás por su recogimiento casi como natural y habitual, pero siempre en sintonía con las cualidades que los testigos le atribuyen unanimamente: amabilidad, sencillez, alegría y servicialidad, sobre todo en relación con la vida comunitaria.

Amenazado más o menos siempre del peligro de expatriarse, el Carmelo de Dijon permanece sin embargo en su lugar, y el deseo de la joven aspirante de “desaparecer para siempre para vivir inmersa en la soledad” (P. 31) puede ser respetada. Privada de la autorización del voto civil para las mujeres y por la ausencia de cuidados médicos especializados (consecuencia su muerte a los 26 años)….. Isabel no volverá a ver ni una sola vez el Boulevard Carnot, después de su ingreso al Monasterio. Suceda lo que suceda ella será siempre contemplativa: “Mi querida clausura me entusiasma. Me pregunto a veces, si no es exagerado mi amor por esta celdita donde se está tan a gusto a solas con el solo. Tal vez, Dios me pida algún día el sacrificio de abandonarla. Estoy dispuesta a seguirlo por todas partes. Mi alma exclamará entonces con San Pablo: quién me separará del amor de Cristo? (Rom. 8, 35). Reina en mi interior una soledad donde el mora y nadie me le puede arrebatar” (L. e, 139).

Isabel, contemplativa con temperamento artístico, está totalmente enajenada por la belleza del amor de Dios, y particularmente por el amor de los Tres entre ellos mismos y en nuestras almas, belleza también manifestada en el don vivificante de Cristo en la cruz, prolongado en el misterio de la Eucaristía. Lectora apasionada de San Pablo, después de haber citado largamente su carta preferida, la de los efesios, Isabel condensa espontáneamente su ideal en la formula paulina: ser para Dios “la alabanza de su gloria” (Ef. 1, 6 y 12). Nos encontramos en el 25 de enero de 1904. (No hay duda posible sobre esta fecha. Cf.: L. e 167) la formula le es cada día más querida, síntesis perfecta de la visión fundamental de su vida contemplativa y cristiana… ya que San Pablo la escribió para los laicos de Efeso, para todo cristiano. Isabel acabará llamándose “Laudem Gloriae”, alabanza de Gloria.

Cómo alabar suficientemente y por siempre esta Gloria de Misericordia? Cómo abrirse suficientemente y por siempre a la santidad de Dios? Estos deseos aumentan incesantemente del alma de Isabel, junto con el conocimiento de su impotencia humana. Después de un retiro personal muy fervoroso al inicio del otoño, después de otro predicado por el P. Fages, el 21 de noviembre de 1904, después de haber renovado sus votos religiosos en la fiesta redacta por la tarde su Oración ¡OH Dios mío”, Trinidad a quien adoro” (N I 15). Oración maravillosa!! Sin embargo ni la belleza teológica ni espiritual ni estilística era el punto principal en la intención de Isabel. Es su “acto de ofrenda” a la Trinidad. Su finalidad es suplicar al Espíritu Santo que “venga a ella (como a María) , que “la revista” de Jesús con el fin de que la distancia, de una parte, entre el ideal contemplativo y cristo céntrico, tan bien enunciado en la primera parte de la oración, y de otra, las posibilidades humanas (“pero reconozco mi impotencia. Por eso os pido…) sea superada en cuanto sea posible y que la carmelita sea finalmente para Cristo “una humanidad suplementaria, donde renueve todo su misterio”, de Adorador”, de “Reparador” de “Salvador”.

El propósito de Isabel se manifiesta en esta pequeña frase tan radical, tan sincera, tan deseosa de vivir con todas sus consecuencias: “Me entrego a Vos como victima” (1).
Isabel tiene solamente dos años más de vida. Minada por la enfermedad de Addison (de origen tuberculoso?), sus fuerzas físicas disminuyen cada vez más. Con algunos cuidados, procura seguir la vida y el trabajo comunitarios. Pero en agosto de 1905 deja su oficio de segunda tornera y en marzo de 1906 entra en la enfermería. No hay ninguna esperanza de conservarla por mucho tiempo… las crisis, los sufrimientos físicos, debidos a las múltiples complicaciones de la enfermedad, la casi imposibilidad de alimentarse no logran destruir la fuerza del alma, la fe intrépida, la contemplación asidua de la joven desahuciada. Una cierta mejoría que alcanza, después de haber invocado a la hermana Teresita del Niño Jesús y que le permitió poderse sostener nuevamente en sus propias piernas (cf. L. e, 260) está llena sobre todo de grandes esfuerzos, a veces heroicos, para poder llegar a la pequeña “tribuna” cercana, que da a la Capilla, donde reza mucho y sigue los actos de la comunidad reunida en el Coro bajo. En su Último Retiro escribe: “El quiere asociar a su Esposa a su obra de redención. Este camino doloroso se presenta al alma que lo recorre como si fuese la ruta de la felicidad, no solo porque a ella conduce sino también porque el divino Maestro la hace comprender que debe superar la amargura del sufrimiento para encontrar como el su descanso en el dolor” (D R 13).

Comenzando plenamente “en el cielo de su alma”, su futuro oficio de “Alabanza” y de amor en el cielo de la gloria” (D R 20) , alimenta su sueño audaz de ser, acá en la tierra, no solamente transformada en Jesucristo, sino en Jesucristo crucificado, antes de la transformación definitiva en Jesucristo glorificado, en el cielo. “Antes de morir, sueño en transformarme en Jesús crucificado, y esto me da gran fuerza en el sufrimiento” (L. 324). Contempla con frecuencia a María, Reina de los mártires (D R 40-41). Cristo “me la da por Madre… y ahora que El ha vuelto al Padre y me ha puesto en su lugar sobre la cruz para que complete en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en bien de su cuerpo, que es la iglesia. La virgen permanece a mi lado para enseñarme a sufrir como el, para hacerme sentir y comprender los últimos acentos de su alma, que solamente Ella, su Madre, pudo percibir” (D R 41). La “alabanza de gloria” se llamará en adelante gustosamente “una hostia de alabanza de gloria” (L 294).
“Me voy a la luz, al Amor; a la Vida” fueron sus últimas palabras inteligibles. En la aurora del 9 de noviembre de 1906 la hermana Isabel de la Trinidad entraba gozosa en el cielo.



III. EL IDEAL CARMELITANO
Tratemos ahora de presentar las líneas claves del ideal carmelitano, tal como la B. Isabel de la Trinidad lo ha vivido con todo su ser.

A. Al servicio de la iglesia.1.- La línea apostólica
Sería desconocer a Isabel de la Trinidad si pensáramos que su vida no estuvo fuertemente impulsada por una gran corriente apostólica subyacente. Ciertamente ha explicitado muchos menos su pensamiento apostólico, en comparación con la Santa Madre, inmersa en su obra de reforma en la hora misma del desgarrón de la iglesia; o con Teresita, campeona del ardor apostólico, futura patrona universal de las misiones, residente en un Carmelo que acaba de fundar en tierras de oriente. Isabel no tiene responsabilidad de una tarea de formación directa con sus hermanas o con las novicias, ni le pedirán que escriba un tratado o una autobiografía, lo que permitió a las dos Teresas el exponer ventajosamente y más sistemáticamente sus pensamientos. Esto forma parte de los carismas distribuidos providencialmente en la iglesia. Sin embargo, sentada silenciosamente a los píes de Jesús, como María de Betania, Isabel es bien consciente de que el don generoso de su llama de agua Viva que fecunda el campo de la iglesia. Por lo demás, lo hemos dicho ya, el doloroso contexto histórico, en el que se encontraba la iglesia de su patria y de su diócesis no podía permanecer sin resonancia en su Carmelo.

Isabel se siente iglesia, fiel al Cristo total. Subrayemos por el momento solamente la dimensión apostólica de su oración y de su sacrificio de carmelita. Su comunión con Dios implica la “unidad en la fe y en el amor que constituyen la comunión de los santos” (L e. 159), y da colorido a su oración”. A mi alma le gusta unirse a la suya en una misma oración por la iglesia, por la diócesis. Y ya que nuestros Señor vive en nuestras almas, su oración está en nosotros, y como me gusta unirme a ella sin cesar, siendo como un vasito junto a la fuente, a la Fuente de la vida, para poder verter los torrentes de su caridad infinita. “Yo me santifico por ellos, a fin que ellos sean santificados en la verdad”. Hagamos totalmente nuestra esta palabra de nuestro Adorado Maestro; sí santifiquémonos por las almas, pues somos todos miembros de un mismo cuerpo y en la medida en que tengamos la abundancia de la vida divina podremos comunicarla al gran cuerpo de la iglesia. Existen dos palabras que resumen para mí toda la santidad; todo el apostolado: “unión”, “amor”. Pida para que yo viva plenamente así y para esto que yo pueda vivir totalmente sepultado en la Santa Trinidad” (L. 195).

Isabel ha comprendido esta visión del cuerpo místico, de la unión entre la cabeza y los miembros contemplando al Crucificado. Su vocación de Carmelita madura y renace incesantemente en la contemplación del misterio de la cruz con su dimensión adorada y su dimensión eclesial ¿Cómo separar al padre y a los hombres en la muerte de Cristo? “Una Carmelita es un alma que ha contemplado al divino Crucificado, que le ha visto ofrecerse como víctima a su padre por las almas y reflexionando a la luz de esa gran visión de la caridad de Cristo, ha comprendido la pasión de amor de su alma y se ha entregado como El”. Su vida en el Carmelo, sea de gozo, sea de dolor no tiene mas que una finalidad: “En la montaña del Carmelo, sumergida en el silencio, en la soledad y en una oración ininterrumpida, pues se prolonga a través de todos sus actos, la Carmelita vive ya como en el cielo, solamente de Dios” (L. e, 116).

Pequeño vaso junto a la fuente desbordante ella riega las almas. “Humanidad suplementaria en la que Cristo renueva todo su misterio”, El se hace en ella “Salvador” y “Reparador” (NI 15). La idea de la reparación fue muy querida de Isabel: con Jesús rendir honor, amor, alabanza al padre, pero en nombre de otros, para los otros: “consolarlo, hacerle olvidar todo” (L. 150), “a fuerza del amor, hacerle olvidar todo el mal que se comete” (L. 194). “Quiero amarle por todos aquellos que no le aman” (J. 8). “Le ofrezco mi vida en reparación de tantas injurias como se le infieren” (J. 60). “Yo te amare por los que te olvidan” (J. 120).

2.- Línea ininterrumpida
Las últimas tres citas son de su Diario de Jovencita y es importante saber como Isabel ya desde el mundo era sensible a la dimensión apostólica de su oración y de su sacrificio. La Carmelita conserva consigo los grandes ideales e impulsos de la joven laica, intensificados en el Carmelo por y con las orientaciones dadas por Santa Teresa.

A los 16 años desea vivir un día “de sacrificio” (P. 32), para “salvar al desdichado pecador”. A los 17 su sueño es “dar su vida, orando por los pobres pecadores” (P. 43), ofrecer su vida “por la conversión de los pobres pecadores” (P. 45). A los 18 declara: “OH, como deseo llevar las almas a Jesús!! Daría mi vida solo para contribuir al rescate de una de estas almas que tanto ama Jesús!! Ah, quisiera hacerlo conocer; hacerlo amar de todos en la tierra” (J. 3). Durante la gran Misión predicada en Dijon, Isabel ora y se sacrifica con gran fervor por la conversión del Señor Chapuis, así como Teresita lo había hecho con Franzini. “Oh Dios mió, ruega, que debo hacer? Como debo sufrir? Hablad, estoy preparada para mi Jesús, con mi Jesús…” (J. 117). Alos 19 la lectura del Camino de Perfección resuena fuertemente en ella “…devolverte otras almas también. Sabes como consume mi corazón este deseo, y como estoy pronta a morir mil veces para poder ganarte una sola alma” (J. 140). A los 20, con Teresita, se ofrece al Amor, “como víctima de holocausto por la salvación de los pobres pecadores” (NI 7). Su confesor, el canónico Golmard testificara que al entrar al Carmelo, Isabela entregas su vida, en particular “por los sacerdotes”, a quienes aseguraba frecuentemente su oración, considerándose como su “vicario” (LL 209, 250).

Como olvidar sus grandes intensiones ya en la montaña del Carmelo?, en una comunidad Teresiana, unida a sus hermanas “una sola víctima ofrecida al Padre por las almas” (L. e 104)? Se siente formando equipo con los apóstoles!! “desde el fondo de mi querida soledad del Carmelo, escribe a un joven misionero, quiero trabajar por la gloria de Dios. Para realizar esto, necesito poseerlo plenamente. Tendré entonces un poder absoluto. Una mirada, un deseo, se convierte en una oración irresistible…que nuestras almas sean una sola alma en El. Y mientras ud le lleva las almas, yo permaneceré como Magdalena, silenciosa y adorante, junto al Maestro pidiéndole que haga fecunda su palabra en las almas. APÓSTOL – CARMELITA es una misma cosa (L. e. 180).

“Ser esposa de Cristo” significa para ella también: “ser fecunda, corredentora, engendrar las almas a la gracia” (NI 13). Y profundizar luego el misterio Mariano: “mucho me agrada cuanto me dice de la Virgen en su carta…yo contemplo también mi vida de Carmelita a la luz de esta doble vocación Virgen – Madre. Virgen desposada con Cristo en la fe. Madre salvando almas, multiplicando los hijos de adopción del Padre, los coherederos con Jesucristo. Oh! Cuanto ensancha el alma todo esto. Es como un abrazo infinito. (L. e 175).

El grito Teresiano resuena fuerte en el Noviciado del Carmelo de Dijon. “invoca también a nuestra seráfica Madre Santa Teresa. Amo tanto que murió de amor. Pídele ese amor apasionado por Dios y por las almas, pues la Carmelita tiene que ser un apóstol. Todas sus oraciones y todos sus sacrificios están orientados a este fin” (L. e 118). “Démosle también almas. Nuestra Madre Santa Teresa quiere que sus hijas sean apóstoles” (L. e. 157). “Como verdadera hija de Santa Teresa, deseo ser apóstol para dar toda la gloria a aquel que amo” (L. 276).

Isabel se da cuenta ciertamente de cómo es de liberador el vivir para los otros “Que consuelo dar a Dios a las almas y las almas a Dios: no es acaso distinta la vida cuando se la orienta en este sentido? (L. 218). “Pequeño Moisés en la montaña” (L. 218), ella encuentra sublime la vocación de la Carmelita”: ser mediadora con Jesucristo” (L. 256) “la vida del sacerdote y la de la Carmelita son un adviento que prepara la encarnación en las almas” (L. 250). Pero hay una condición impuesta por Aquel que dijo: Sin mi nada podéis hacer” (Jn. 15, 5); tanto el uno como la otra podrán irradiar a Dios; dándolo a las almas, solo si permanecen incesantemente junto a la fuente divina” (L. e, 137). La fuente misma en nuestros corazones dirige al alma que busca la verdadera dirección: “Casa de Dios, conservo la plegaria/ de Jesús, el divino adorador./ me conduce hasta el Padre, hasta las almas/ porque admite esta doble proyección./ con el Maestro redimir y salvar/ es esta la misión que yo poseo/. Desapareceré para lograrlo – y por la unión en El me perderé” (P. 86).

Y…no duda ante la invitación!!! “La Carmelita es un alma que se entrega,/ es alma que se inmola por su Dios,/ vive crucificada con su Cristo,/ pero que luminoso es su calvario./ al contemplar la víctima divina/ arreboles de luz brillan en su alma,/ comprende entonces su misión sublime/ y su corazón lanza un: heme aquí” (P. 82).

3.- Un corazón “amante y lleno de ternura” (L. 107)

La “divinización” progresiva de su ser no “deshumaniza” en lo mas mínimo a Isabel. Mientras más espiritual se hace mas se abre su corazón a la gran Iglesia y al prójimo en concreto. Es el fruto de una buena oración: “pertenezco a una buena escuela. Mamá querida, Jesús me enseña amarte como El, el Dios todo amor, ha amado” (L. e 164). “Me parece que mi corazón, que Dios ha hecho tan afectuoso, sea dilatado después que se ha encerrado detrás de las rejas y esta en contacto continuo con Aquel a quien San Juan llama “Caritas”, “amor” (L. 265). Su corazón “se aguijante al contacto con Dios todo amor” (L. 219). Isabel siente nacer en ella el corazón de una verdadera Madre espiritual y se llamara la “Mamá” de Guiíta, de Germana, y ciertamente de su propia Madre…deseosa de su progreso espiritual. No hablemos de sus relaciones fraternales con sus hermanas del Carmelo. Admiremos por el momento la gran ternura de corazón y la delicada atención para con su familia y las amistades, que había abandonado. Su correspondencia y el testimonio de quienes la visitaron en el locutorio nos dan la prueba de que la persona espiritual no debe ser desatenta, hosca, indiferente: “hay un refrán que dice: “lo que ojos no ven, corazón que no siente”; en nuestro querido País del Carmelo es todo lo contrario” (L. 265), asegura Isabel.

Pero su atención es la de un corazón orante: “la oración es su medio de transporte” (L. e, 152), sus “alas” (L. e, 163), “su tren mas rápido que el ferrocarril” (L. e, 208). Todo encuentro y todo recuerdo son sublimados y vividos en Dios: “Si supieras como pienso en ti, como oro por ti, pues para una Carmelita esto es lo mismo” (L. 174).

El prójimo y sus preocupaciones no alejan a Isabel de Dios. En la profundidad misma de su constante unión con Dios vive su unión con los otros. Escuchémosla escribiendo a su madre: “El Carmelo es como el cielo. Hay que abandonarlo todo para poseer a Aquel que lo es todo. Me parece que te amo se ama en el cielo. Ya no puede existir ninguna separación entre mi mamá y yo porque Aquel a quien yo poseo, también mora en ella. Estamos así muy unidas. (…) Tu hija que te abraza con todo el amor de su corazón de Carmelita. Es un corazón que te pertenece por completo porque es todo de El y de la Santísima Trinidad” (L. e, 151). Y a Guiíta: “Te envió a ti y tus dos ángeles (sus sobrinas) mi amor, pasando antes por el amor de los tres, mar inmenso donde quedemos sumergidas” (L. e, 264). Y a María Luisa Laurel: “creo que estoy mas cerca de ti, que te amo mas profundamente. Esto es así porque El, que me hizo suya, es todo amor y procuro identificarme con todos sus sentimientos. Por eso te amo con su corazón y ruego por ti con su alma” (L. e, 154).

4.- Morir por la iglesia.

Se acerca la hora en que Isabel podrá vivir su pasión y su muerte con un amor redentor, con Jesús y como Jesús: baja la garra de la mortal enfermedad, acepta plenamente “el apostolado del sufrimiento” (L. 259). El pensamiento del cielo y la alegría de la presencia amada de Dios la impulsan en la dirección de la iglesia: “Qué misericordia, qué amor demuestra el divino Maestro a su pequeña esposa… a veces pienso que el obra conmigo como si no tuviese otras almas a quienes amar. Deseo ser apóstol para glorificar a Aquel a quien amo. Pienso, como mi Santa Madre, que me he dejado en este mundo para celar su honor como una verdadera esposa” (L. e, 247).

Y contemplémosla marchando “con El a su pasión para ser redentora con El” (L. 300). En su juventud se había declarado “feliz y orgullosa” de escalar con El el Calvario (P. 36) y de “morir en la cruz” (P. 34) veámosla en la hora suprema de la verdad, siempre decidida a compartir efectivamente la pasión de su Maestro. Es una redimida que a su vez debe redimir otras almas y por eso cantará con su lira: “Me glorío en la cruz de Jesucristo. Con Jesucristo estoy clavada en la cruz…”y también: sufro en mi cuerpo que es la iglesia” (U. R. 13 ). El cuerpo de Isabel, el cuerpo de Jesús Crucificado, el cuerpo de la iglesia…

A su propia mamá, a quien jamás le ha ocultado lo incurable de su enfermedad, le explica un poco la espiritualidad de su sufrimiento: “A la pequeña víctima no le parece largo el tiempo en las manos de Aquel que la sacrifica. Hasta puede decir que si marcha por el sendero del dolor. Ella recorre más bien el camino de la felicidad, de esa verdadera felicidad, mamá querida, que nadie podrá arrebatarle. “me gozo, decía san Pablo, en mis padecimientos y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en bien de su Cuerpo que es la iglesia (Col. 1,24). Tu corazón de madre debería estremecerse de amor divino al pensar que el Señor se ha dignado elegir tu hija, fruto de tus entrañas, (nótese la cercanía de relación señora Catez-Isabel con el misterio mariano: Jesús, “fruto de la entrañas de María”), para asociarla a su gran obra de redención y que Jesucristo prolonga en ella los sufrimiento de su pasión. La esposa pertenece al Esposo. El mío se ha posesionado de mí. Quiere, por lo tanto, que sea para El una humanidad suplementaria donde pueda un sufrir por la gloria de su padre y por las necesidades de la iglesia. Cuánto bien me hace este pensamiento!!!” (L. e. 275).

Frente a la muerte, en el curso de una violenta crisis, Isabel gritará: “Amor, Amor, sabes que te amo, deseo tanto contemplarte. Sabes también que sufro; sin embargo, si así lo deseas, estoy dispuesta a sufrir todavía treinta, cuarenta años; consúmeme totalmente por tu gloria; que yo me consuma gota a gota por tu iglesia!!!”.
La gloria de Dios y la vida de la iglesia: dos facetas de un mismo ideal por el cual ha vivido y por el que muere este “apóstol de la verdad” (P. 83), una de esas “almas capaces de servir a Dios y a su iglesia como las quería nuestra Seráfica Madre” (L. e. 268.



B.- La oración ininterrumpida
No es difícil ponerse de acuerdo para decir que la beata Isabel de la Trinidad vivió de un modo verdaderamente carismático, paradigmático, el precepto central de la Regla del Carmelo que manda a “meditar día y noche la ley del Señor y vigilar en la oración”.

1.- Una Joven Orante
Aquí hay que reconocer también que fue el Espíritu Santo quien, antes de cualquier Regla, formó en ella a la orante y dio al Carmelo esta joven profetisa de la presencia de Dios para educarnos en ella y para ayudarnos en su pleno desarrollo.

Según el testimonio de amigos, hacia la edad de 13 años, la niña llamaba la atención por su “deseo ardiente de la sagrada Comunión” y por el hecho de que “le parecía siempre corto el tiempo en el templo en donde permanecía absorta en la oración”. Decidida a los 14 años a hacerse Carmelita, tiene frecuentes gracias de profundo recogimiento. “Ansiosa por Jesús” (P. 4), “quisiera pasar su vida junto a Jesús-Hostia” (P. 24) su “corazón esta siempre con El” (P. 43) y aspira a “esta unión íntima, interior, a esta vida toda en Dios” (P. 54). En el “jardín solitario” de su corazón, que ha ofrecido a Jesús para que sea su “morada” (P. 43), abunda la alegría de la oración…”y ni yo misma podré manifestar la dulzura inefable y tan divina que Jesús comunica a mi pobre alma” (P. 55). OH los “coloquios deliciosos”, los “diálogos cordiales con mi Dios” (P. 67). La jovencita de 18 años pasa adorando al Santísimo Sacramento horas “cordiales cuando una se cree ausente de este mundo y solo se ve y se oye a Dios! Es Dios quien habla entonces al alma, quien le dice cosas tan dulces y le ruega acepte el sufrimiento” (J, e 10 febrero).

No importa que no pueda estar siempre ante el Tabernáculo, “como el mora en mí y vive en mi, le hablaré, al menos, en la intimidad de mi corazón”, (J. e 10 febrero). Por que el amor lo impulsa!: Te he dado mi corazón, un corazón que piensa en Ti, que no vive más que para ti, un corazón que te ama hasta morir” (J. 32). Y sabe muy bien dónde poder, a cada instante, encontrar a Jesús: “…Tú que has tomado todo mi corazón, que vives en él continuamente, que has hecho tu morada en él, a ti que te siento, que te veo con los ojos del alma en el fondo de este pobre corazón…” (J. 60). Su corazón será para Jesús “tu morada amada, en la que vengas a descansar” (J. 119).

Isabel tiene solo 18 años. Todos estos textos fueron escritos antes de sus primeros encuentros, como Aspirante, en el locutorio del Carmelo y dos años antes de su primer encuentro con el P. Vallée. Sus reacciones leyendo el Camino de Perfección son elocuentes: se siente conmovida por la “mortificación interior, esa mortificación que deseo totalmente adquirir con la gracia de Dios” y con las explicaciones sobre la oración, particularmente cuando Santa Teresa “habla de la contemplación, de ese grado de oración en que Dios lo hace todo y nosotros no hacemos nada, en que une a El mismo tan íntimamente nuestra alma que ya no somos nosotros quienes vivimos. Es El quien vive en nosotros. Oración pasiva, infusa, por tanta mística!! El entusiasmo de Isabel se explica, dado que ella encuentra allí la descripción del estado que vive con frecuencia: “he reconocido en estas páginas los momentos de éxtasis sublimes que el Señor se ha dignado otorgarme tan frecuentemente”; la elección de estos términos es indicativa de su oración frecuentemente sobrenatural, y claramente distinta de otra oración que ella conoce: la oración mental ordinaria” (J. e. 20 febrero)

María de Jesús testimoniará acerca de sus conversaciones en el locutorio: “por supuesto que hablábamos de oración: la suya era toda sencilla y de una sola pieza. El Maestro estaba dentro de ella, modelándola a su gusto. Ella se lamentaba de que no hacía nada, dichosa porque era el Señor quien lo hacía todo”.

En este período tiene 19 años y medio aparece en sus escritos la expresión “Oración ininterrumpida” (NI 5,6; J. 138, 156; L. 47), como un ideal perseguido cada día con mayor fuerza: “Y ya que no puedo romper con el mundo y vivir en vuestra soledad, dale al menos la soledad del corazón. Que viva en vuestra íntima unión, que nada absolutamente me pueda alejar de ti, que mi vida sea una oración ininterrumpida!! La continuación del texto nos revela su experiencia de Dios (“Te siento tan dentro de mí”) y su deseo es estar atenta solamente a Jesús en “estas reuniones y en estas fiestas” en la que “apenas se piensa en El” (J. 138). Qué desea esta “Carmelita interior” (NI 16)? “Que mi vida sea una oración ininterrumpida, un gran acto de amor” (NI 5). En “la pequeña Betania” formada por la “celda de su corazón” y en la que “cada latido del corazón es un acto de amor” (NI 5) establecerá un centro de acogida contemplativo, hecho de atención vigilante y de disponibilidad total. “Mañana es Santa María Magdalena, esa mujer enamorada apasionadamente de Jesucristo por quien siento especial devoción. Amemos como ella. Debe ser nuestro modelo. Permanezcamos junto a El en silencio, recogidas, en olvido absoluto como ella y viendo solo a nuestro único Todo, por quien hemos sacrificado todas las cosas” (L. e. 68).

Los últimos meses antes de su entrada Isabel padece un período de oscuridad en su vida de oración. Pero – quizá bajo la influencia de San Juan de la Cruz, con quien ha tenido ya un primer contacto? – la “fe pura” la guía (L. 53) con el deseo de “morir a todo con Jesús, nuestro amor crucificado” de “comunicarme sin cesar con El, mediante el sacrificio y la inmolación” (L. 44).
Los fundamentos de su vida de oración son sólidos y el ideal permanece intacto: “Dios en mí y yo en El (inhabitación recíproca). He ahí nuestro lema. Qué agradable es esta presencia divina dentro de nosotros, en ese santuario íntimo de nuestras almas. Allí le encontramos siempre aunque no disfrutemos de su presencia sensible. Sin embargo, El sigue presente y se encuentra hasta más cerca de nosotras como tú dices. Es allí donde me gusta buscarle. Procuremos no dejarle nunca solo. Que nuestras vidas sean una oración ininterrumpida” (L. e. 47). Mirad el por qué entra en el Carmelo!!!

2.- “Una comunión con Dios de la mañana a la noche”Vemos a Isabel “en la montaña del Carmelo, sumergida en el silencio, en la soledad y en una oración ininterrumpida (L. e. 116). La vemos “junto a El en silencio, recogida, en olvido absoluto” (L. e. 68): “Oh! Quiero ser alma siempre atenta,/ en posesión tranquila de mi fe./ Quiero en todo adorarte,/ para vivir, Señor, sólo de ti” (P. e. 86). La carmelita? “El Señor la eligió como a María/ para vivir inmóvil a sus pies./ Contemplad a esta eterna prisionera./ Su vida de oración no se interrumpe./ Ella es un alma a Cristo encadenada! Y de El nada la puede separar.” (P. e. 82). E Isabel piensa en la Madre de Jesús, la esposa del Espíritu Santo: “Otra María vive en el Carmelo,/ inmersa siempre en comunión divina,/ en retiro profundo, misterioso, ¡entregándose día y noche a Dios/ (P. e. 78). “Un alma adorante es la Carmelita,/ dócil a toda inspiración divina,/ en comunión constante con su Dios,/ corazón y almas puestos en el cielo” (P. e. 82).

El Carmelo es un desierto: desierto familiar, desierto eclesial, pero un desierto divino también cuya aspereza se dulcifica en el encuentro íntimo con Dios en el claro-oscuro de la fe. “Es el secreto de la vida del Carmelo: la vida de una Carmelita es una comunión con Dios de la mañana a la noche, y de la noche a la mañana. Si El nos llenara nuestras celdas y nuestros claustros, como estará todo vacío, sin embargo lo vemos a través de todo, porque lo llevamos en nosotras y nuestra vida es un cielo anticipado” (l. 189)

Notamos en los textos precedentes las palabras que expresan la continuidad de su unión con Dios: “jamás acaba” “todavía y para siempre”, “ a través de todo”, “día y noche”, “toda invadida”, “toda entregada”, “de la mañana a la noche, de la noche a la mañana”…Verdaderamente la oración es el corazón de su vocación de Carmelita y ella misma nos describe tres veces en qué consiste la “esencia” de su vida: “Escucha lo que dice de nuestro Padre San Juan de la Cruz(…) “Oh, pues, alma hermosísima entre todas las preturas, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado, para buscarle y unirte con El, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde El mora y el retrete y escondrijo donde está escondido. (…) Esta es la vida del Carmelo: vivir en El. Entonces todas las inmolaciones, todos los sacrificios quedan divinizados. El alma descubre, a través de todas las cosas, a aquel a quien ama y todo lo lleva a e. se trata de un dialogo cordial ininterrumpido con El.…Ama el silencio, y la oración porque constituyen la esencia de nuestra vida Carmelitana” (L. e. 118). “Esta divina e íntima unión es como la esencia de nuestra vida en el Carmelo. Gracias a ella amamos apasionadamente nuestra soledad pues como dice nuestro Padre San Juan de la Cruz (…) “dos corazones que se aman prefieren la soledad” (L. e 160). “Vivir en la presencia de Dios, no es la consigna que San Elías dejó en herencia a los hijos del Carmelo cuando exclamaba impulsos de su fe ardiente: Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia estoy? (::J Le pediremos en el día de su fiesta el espíritu de oración que constituye la esencia de la vida del Carmelo. Le pediremos ese dialogo íntimo que nunca se interrumpe, pues cuando se ama, se olvida uno de si para entregarse totalmente al ser amado. Se vive entonces más en él que en sí mismo” (L. e. 268)

La Beata ha subrayado al mismo tiempo que el silencio y la soledad del Carmelo forman el ambiente que favorece el contacto ininterrumpido con Dios, pero también cómo esta unión le ha llenado con la felicidad del amor. Lo mismo que en el sufrimiento, en unión con Jesús crucificado en el misterio de la iglesia, Isabel se siente en el Carmelo en su elemento, “como el pez en el agua” (L. e. 100). Esta agua que el pez no abandona, ni siquiera de noche”. Es pleno invierno… “Qué hermoso nido me ha preparado mi bien Amado, aquí”!!! Ya exclama: “que hermoso es este Carmelo, este vivir a solas con Aquel a quien se ama” (L. e.102).

Los escritos de Isabel están entretejidiso con expresiones sobre su felicidad!!! Parece ser una de las Carmelitas más felices de la historia. Y esto, gracias al Carmelo mismo y a Aquel que, Amado fascinante, hace del Carmelo un espacio apto para esta búsqueda apasionante: “Hace un año que El me introdujo en el arca santa y, ahora, como dice mi bienaventurado Padre San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual: “Y ya la tortolita al Socio deseado en las riberas verdes ha hallado” (L. e. 119). Pocos meses antes de morir escribe: “qué feliz soy en mi Carmelo! Me parece que después del cielo no puede existir mayor felicidad. Esta es como un preludio de aquella porque Dios es su único objeto” (L. e. 259). Desierto, silencio, soledad, inmolación: todo ello está relacionado.

La palabra “esencia”, que es teórica, se traduce con un termino practico: “ocupación”. La oración es el trabajo por antonomasia, en definitiva “la única ocupación”, que atraviesa, como un hilo de oro, el tejido de cualquier otra ocupación en el Carmelo. Escuchemos de nuevo tres textos sobre este precepto central, sobre esta única ocupación: “Se puede estar siempre como Magdalena a los píes del divino Maestro contemplándole con amorosa mirada. Esta es nuestra vida en el Carmelo. Aunque la oración es nuestra principal e incluso nuestra única ocupación; pues la oración de una Carmelita nunca debe interrumpirse, tenemos también que coser y hacer otras actividades externas” (L: e. 100). “Ojala pudieras ver cómo el Carmelo es un rincón del cielo! Oh, el silencio, la soledad! Aquí se vive a solas con Dios solo. Aquí todo habla de El. Por todas partes se siente tan vivo, tan presente… La oración es nuestra ocupación principal, mejor dicho, nuestra única ocupación: Para una Carmelita jamás debe interrumpirse” (L. e. 124). “Me pregunta qué ocupaciones tengo en el Carmelo. Podría responderle que para la Carmelita sólo existe una ocupación: Amar, Orar” (L. e. 145).

Las formulas de Isabel son cada día más densas y radicales. Su “Misión” en el Carmelo? “Su misión es orar ininterrumpidamente” (L. e. 104). “El Carmelo ha oído su llamamiento, que por lo demás es su misión: “aquí” “orar es respirar” (L. F 274) “El está en todas las cosas, en todos los lugares, y además siempre” L. e. 104). Su unión con Dios supone una adhesión moral a los menores deseos del Amado, pero también una gran atención a la presencia del mismo. Isabel lo explica también con la formula “comunión ininterrumpida” , por ejemplo en las cartas 165 y 168. Escuchemos a la Carmelita explicándole a una joven aspirante: “Unámonos para hacer de nuestras tareas diarias una comunión permanente: por la mañana despertémonos en el Amor. Pasemos el día entregadas al Amor, es decir, haciendo la voluntad de Dios, obrando bajo su mirada, con El, en El, por El sólo. (::J En fin, cuando llegue la noche, después de un dialogo de amor que no se habrá interrumpido en nuestro corazón, durmamos aún en el Amor (L. e. 153). Una semana después repite: “El está en mí y yo en El. Sólo tengo que amarle y dejarme amar siempre a través de todas las cosas: despertarme en el Amor, moverme en el amor, dormirme en el amor con el alma puesta en su alma, el corazón en su corazón los ojos en sus ojos…” (L. e. 155)

Al hacer su profesión como Carmelita sabía muy bien que se comprometía a una vida de oración ininterrumpida: “Ser esposa, escribía la Novicia, poco antes, es tener los ojos en los suyos, el pensamiento cautivado por El, el corazón totalmente entregado, totalmente invalido, como fuera de sí, trasladado al suyo, el alma llena de su alma, llena de su oración, todo el ser cautivo y entregado…” (N I 13) . “Es tan hermosa mi vocación… Pasar toda una vida en silencio, en adoración, en intimidad con el Esposo” (L. e. 130) quisiera que ese día fuese al comienzo de un acto de adoración que no cese jamás en mi alma” (L. e. 131).

Y efectivamente realiza su ideal lo más perfectamente posible!!! “En mi alma, en este santuario íntimo, vivo día y noche con Aquel que es mi amigo de todos los instantes” (L. 243), tratando de “vivir con El… de forma ininterrumpida, habitual (CF), “viviendo en contacto con El… en el fondo del abismo sin fondo, en lo más interior” (CF), “caminando, sin mirar a ningún lado, por esta ruta magnifica de la presencia de Dios, por donde el alma camina sola con Dios” (U R 23).

3.- Pequeña Catequesis sobre la Oración.
Sobrepasaríamos los límites de este trabajo analizando detalladamente la vida de oración de la Beata Isabel de la Trinidad. Contentémonos con algunas indicaciones.

A. Isabel tiene una predilección por buscar a Dios en sí misma. Había del “santuario interior”, del “templo”, o del “abismo”, “centro” de su alma, se siente y se sabe “casa de Dios”, Dios esta “en el fondo” nuestro, en nuestra “celda interior”, en “la celda del corazón”, en el “cielo de nuestra alma”. En su Oración dice:”Pacificad mi alma, hace de ella vuestro cielo, vuestra morada amada y el lugar de vuestro descanso. Que nunca os deje solo, sino que permanezca totalmente con Vos, vigilante en mi fe…”(N I 15).

Pero este lugar de encuentro no es exclusivo, pues encuentra a Dios- evidentemente- también en la Presencia Real de la Eucaristía, en la Creación (la naturaleza), en el prójimo. En el que El habita.

Buscando a Dios en sí misma, se sabe al mismo tiempo asumido por el mismo Dios. En su oración pide “no salir jamás de Vos”, “perderse en su inmensidad”, “sumergirse en los Tres, a los que pide “sumergirse en ella”. La Trinidad, ved aquí nuestra morada, la casa paterna de la que nunca debemos salir (CF 2). Es la inhabitacion reciproca, fruto de la gracia bautismal, anunciada en los textos de la escritura que Isabel tanto ama, como San Juan 15,4 (Permaneced en Mí, y Yo permaneceré en vosotros) o Juan 14,23, en donde Jesús promete:”Nosotros (el Padre y Yo) vendremos a él y haremos nuestra morada en él”. Y tantos otros.

Isabel sabe que Dios está en todas partes y por eso sabe relativizar, por ejemplo escribiendo a su mamá le dice: “si prefieres imaginarte a Dios junto a ti mejor que dentro de ti, sigue ese impulso con tal que vivas con El” (L. es. 249). Dios es, en efecto, “es inmensidad de amor que nos desborda por todas partes” (L. e. 175), “un océano en donde me sumerjo y me pierdo” (L. e.155).

B. Sus oraciones una respuesta a una iniciativa divina, hecha de presencia y de amor, reconocida por la fe, pero también frecuentemente por la experiencia (Isabel dice muchas veces “Yo siento”). Esta iniciativa es activa y actual: Isabel quiere “entregarse a la Acción creadora” de Dios, le pide a Cristo que “identifique su alma con todos los movimientos de la Suya” (NI 15). El es el “Dios vivo” (L. e. 268). “El esta siempre Vivo, el Cristo de Magdalena” (L. 84), “lo siento tan presente en mi alma” (L. e. 147).

C. La Oración se desenvuelve en un clima de amistad reciproca. Cuantas veces encontramos la palabra “Amar” y “amor” en Isabel; toda su oración esta impregnada de ellas!!! Su Dios quien trata con un Ser a quien se ama” (L. A.)!! “Obra como intercambio de dos seres que se aman: “…la oración, el dialogo íntimo, en el que el alma pasa a Dios, y Dios pasa al alma para transformarla en Sí mismo” (L. 278). Es un “cambio de amor” (L. 161), “un admirable comercio” L. e 228).

D. En cuanto a las horas de oración diarias “oficiales” baste subrayar aquí: 1) Isabel las vive con gran fidelidad y dedicación, 2) las repone cuando las ha omitido por estar ocupada en algo distinto 3) se alegra de tener, durantes sus Retiros, “muchas horas suplementarias” (L. e. 196), 4) de pasar ordinariamente los domingos todo el tiempo libre delante del Santísimo Sacramento expuesto en el Oratorio, 5) de hacerla frecuentemente, aún por la noche, en horas del gran silencio, antes de su última enfermedad, 6) de regalarse en este sentido también durante los períodos comunitarios de mayor adoración, como por ejemplo, durante las cuarentas horas, las octavas. Significativa esta confesión durante su última enfermedad: “Hemos comenzado la solemne octava del Corpus. Este año tenemos la exposición del Santísimo en la capilla. Me gustaba tanto pasar allí horas y días enteros… (L. e. 253).

E. El fundamento de su oración es la fe. Pues conoció muy bien la parte de sufrimiento durante las horas de oración experimentando” hasta la tentación de huir”, en las horas suplementarias. Muy frecuentemente, es la noche profunda durante todas estas horas, dirá; pero durante la oración de la noche, a veces, El me recompensa y más todavía al día siguiente. Recojo entonces el fruto de los actos y del silencio de la vigilia”. En su gran Oración prevé también: “Las noches, los vacíos, las impotencias” (NI 15). Pero su reacción fundamental la que rige todo otro esfuerzo cualquiera es la Fe. “La fe, la bella luz de la fe… es la única que debe brillar para llegar al encuentro con el Esposo” (U. R. 10). Más exactamente la Fe en el Amor (L. 206, 239: P.95; CF 20). Con una fe intrépida procura elevarse por encima de las vicisitudes de nuestras experiencias durante la oración: “La fe, dice San Pablo, es la sustancia de las cosas que se esperan, y la demostración de las que esa palabra le da, sentir o no sentir, estar en la luz o en la tiniebla, gozar o no gozar… ella experimenta una especie de vergüenza haciendo diferencia entre estas cosas”… (U R 11). “Oh, si supierais cómo se vive de la fe en el Carmelo” (L. 323).

F. La oración sobrepasa los límites de los tiempos de oración”. Lo hemos visto ya hablando de la oración ininterrumpida. Estando la Trinidad permanentemente en nosotros, Isabel ora: “Que no os deje jamás allí solo sino que permanezca totalmente con Vos, vigilante en mi fe, en completa adoración…” (N I 15).

G. Es necesario aprender (o re-aprender) a vivir en la presencia de Dios. Prodiga sus consejos a su familia y a sus amigos” “Recógete interiormente en su presencia” (L. e. 260), recógete de tiempo en tiempo” (L. 302), “dime si progresas en el camino del recogimiento interior respecto a la presencia de Dios” (L. e. 255). Piensa algunas veces, durante el día, en Aquel que vive en ti, que tiene tanta sed de ser amado” (L. e. 88), “es necesario que te construyas, como yo, una celdita dentro de tu alma: piensa que el buen Dios está allí y entra en ella de vez en cuando” (L. 123). Hace para su mamá una especie de “decena” (l. e. 255), sí, hay que instruirse en el camino de la presencia de Dios, “poco a poco acostumbrarse a enamorarse”

Para sus mismas hermanas Carmelitas, profesionales de la oración, los consejos son todavía más intensos; por ejemplo a hna. Martha: “Mi Maestro me encarga que le diga que viva muy cerca de El, muy en El; entonces las actividades externas, los ruidos interiores no podrán ser un obstáculo; Será El quien la librara. Mírelo, ámelo” (L. 281). A la Hna. María Odila: “A nosotras, esposas del Señor, sólo se nos permite en el Carmelo amar y obrar a lo divino. Si, por casualidad, la viese desde el centro de la luz apartarse de esta única misión de la Carmelita, vendría inmediatamente a advertírselo. Esta de acuerdo, verdad? (L. e. 295). Todavía Hna. Martha: “En el centro de tu alma, en un profundo silencio/ bajo el toque divino, recógete con frecuencia” (P.105). A Hna. María – José: “Contempla en todo este ejemplar divino/ para conseguir su fiel imagen” (P. 106); y todavía: “Vivir solamente con El en una intimidad/ que exige, oh hermana mía, gran fidelidad (P. 123). Y finalmente, a Hna. María – Javiera- y a toda Carmelita en el mundo entero): “Vive fuera de sí cuando alguien ama/ porque entonces hay siempre quo olvidarse./ El corazón tan solo halla descanso cuando encuentra el objeto de su amor./ ya ves, Jesús, por qué en mi amor a ti/ solo deseo tu presencia santa./ quiero salir de mi constantemente/ e inmolarme por ti siempre en silencio.” (P. 103).

H. La intimidad con Dios, fuente de grandes gracias. “Vive con El.
Ojala pudiera manifestar a todas las almas la fuente de fortaleza, de paz y de felicidad que encontrarían si quisieran vivir en esta intimidad. Pero no saben esperar. Si Dios no se manifiesta de un modo sensible, ellas abandonan su santa presencia. Y cuando viene con todos sus dones no encuentra a nadie. El alma esta alejada, extravertida en las cosas exteriores. No vive en el fondo de su ser” (L. e. 269). “…comprende que es portadora de un pequeño cielo donde el Dios del amor ha establecido su morada. Existe entonces como una atmósfera divina donde el alma respeta” (L. e. 228).

C. En comunidad monásticaSí las cartas que Isabel dirigía a su familia y a sus amigos en el mundo tenían, sin saberlo ella, un alcance profético, su única intención al retirarse del mundo había sido ser una “humilde y pobre” (P. 45) Carmelita, totalmente escondida en Dios para el bien de la Iglesia, inserta en este Habito: “Vosotros que a través del corazón/ sois desde muchos años mis hermanas/, espero que siguiendo vuestros pasos/, llegue a ser verdadera Carmelita”. (P. 74).

1.- Pequeña hermana entre sus Hermanas
Ninguno se permita imaginar a Isabel un tanto individualista, cerrada, viviendo al margen de la comunidad para realizar “su” unión con Dios. No. Sus hermanas están de acuerdo en testimoniar que su recogimiento era tan natural, tan habitual, a las veces tan impresionante, pero, sin embargo, con otras características que lo convertían en un recogimiento muy digno de crédito: amabilidad, servicialidad, sencillez y alegría!! Era sencillamente una pequeña Carmelita, miembro de la caravana que marcha por el desierto, olvidada de si misma y entregada en todo y para siempre a las demás. “Amo tanto a mi Carmelo”, escribía (L. e. 273). “Es emocionante constatar el amor que existe entre nosotras” (L. e. 253). “Prácticamente no veo a mis hermanas”, escribe durante su enfermedad y cuando la comunidad toda junta no la puede visitar en la enfermería. Y continua: “Ellas piden con espíritu de caridad estar conmigo pues me quieren como a una verdadera Hermanita” (L. e. 266).
“Oh que Carmelo!! Cómo brilla en él esa virtud recomendada por Madre Teresa como fundamento de toda vid sería de oración, junto con la humildad y el desprendimiento!!! Leyendo el Camino de Perfección, la joven aspirante había copiado con entusiasmo los pasajes que tratan de la verdadera amistad entre las hermanas (J. 15). Y sabía que, con la caridad fraterna, dejaba que Cristo viviera y amara en ella!!! “La Carmelita es el sacramento de Cristo… todo el en ella debe darlo” (NI 14). Testigo dicen que Isabel vivía en comunidad lo que aconsejaba a una joven amiga: “Un alma unida a Jesús es una sonrisa que lo hace resplandecer y lo entregas los demás” (L. 252). Practica en su comunidad el consejo que le dio a Guita:”…quiere hacerse amar…a través de ti” (L. e 212).

Al decir de Hna. María Odila, quien conoció a Isabel en los dos primeros meses en el Carmelo, la postulante “Era agradabilísima…todo sencilla…te llenaba de alegría aun en la insignificancia de entregar una carta…te regocijaba sin hacer ni decir demasiadas frases… tenia necesidad de dar alegría una y mil veces para ella nada era insignificante..Ponía un no se que de grande en todo..por eso daba tanto…hacía todo como todo el mundo, pero de un modo como no lo hace todo el mundo”.

La reacción de Isabel, toda deseosa de vestir el hábito del Carmelo, dice mucho..Acercándose ya la fecha, la hermana Germana le dice: “Tienes todavía mucho que aprender tal vez serás aplazada…” a lo que Isabel responde entre bromas y enserio.. “Es cierto, Madre, que soy muy imperfecta. Creo, sin embargo, que el señor quiere concederme esta gracia. Podrán mis hermanas rechazármelas? Ellas tienen que demostrarme su amor por que las quiero tanto…”.

Escuchemos a las hermanas testimoniar sobre su Benjamina!!

Madre Germana: “Fruto de la humildad, su paciencia era inalterable!; no se la podrá sorprender faltando; cuantas veces, sin embargo, fue sometida a prueba, sobre todo en su oficio de segunda tornera, siempre la vimos igual, amable, delicada hasta en los mas duros sufrimientos de sus últimos días. También, que agradablemente nos dirigíamos a ella! La sonrisa nunca se alejaba de sus labios aunque tuviera a veces que interrumpir un trabajo empeñativo, o sacrificar una hora de oración suplementaria o cambiar sus pequeños planes. Nada parecerá costarle, siempre y cuando sus renuncias estuvieran sancionadas por la obediencia”.

Hermana María de la Trinidad (que, no obstante su temperamento impetuoso, siendo su priora y primera responsable de Isabel, la puso a dura prueba): “Durante los cinco años de su vida religiosa jamás la vi, ni siquiera un día, menos amable, aun durante el periodo en el que sufra mucho moralmente cosa rara en una novicia. Testifico también el haberla visto igualmente amable con todas sus hermanas sin que una se pudiese dar cuenta de sus preferencias o simpatía, si bien cada una se creía ser la mas amada…como su priora siendo responsable de distribuir cada semana los oficios caseros, pude constatar como era un verdadero tesoro para la comunidad, uno de esos sujetos a quienes se les puede pedir todos los servicios, con la seguridad de darle gusto…confirmo que tuvo para con sus hermanas las atenciones mas delicadas aun en medio de sus mas fuerte sufrimientos…en cuanto a la comunidad, no la oí jamás decir una palabra ni hacer alguna cosa que no estuviese marcada con el sello de una prudencia toda sobre natural. Gracias a esto evitaba toda dificultad para si misma como para las demás”.

Hna. Ana María del Niño Jesús (Hermana de velo blanco, un poco “Especial”, que decía se estaba muriendo e Isabel la acompañaría con gran delicadeza;…pero sobre vivirá todavía…cuarenta años): “Era muy caritativa con sus oficiales hasta el punto mismo de sobre ponerse a sus propias fuerzas por prestar un servicio. Hasta el momento de su muerte se esforzó para aliviar a sus enfermas. Tenía un corazón tan bueno que se sentía que tenía necesidad de ser siempre agradable; cuando una se le acercaba estaba siempre sonriente y siempre disponible para cuando uno venía a solicitarle”.

Hna. Luisa de Gonzaga. Fue su primera responsable como Ropera. Isabel le escribirá la carta 254, un billete lleno de tacto y de humor sobre un Habito que la Beata arreglo, pero quizás no gusto a la primera ropera; termina así: “Vuestra pequeña ayudante que os ama y ruega por vos”. Termina otro billete (253) así: “Gracias, querida Oficial; abuso de vos”…) Se han perdido centenares de estos billetes de comunicación parecidos, pero los que se conservan dejan entrever el “estilo comunitario” de la Beata!!!). La Hna. Luisa de Gonzaga testifica aun: “Durante los cuatro años que estuve en relación con ella, siendo oficial, observe como era de amable, graciosa y consagrada a ayudar. Hna. Isabel era deferente con cada una de las Hermana. Jamás decía cosa que pudiera ser motivo de ofensa a la fama de sus hermanas”.

Hna. María de Jesús María (La compañera más joven de Isabel, muy unida a ella). No importaba quien acudía a su caridad; siempre estaba dispuesta a prestar una ayuda…esta caridad se extendía indiferentemente a todas, de tal modo que cada una podía creer que ella era su amiga predilecta cualquiera podía acudir a ella para todo los pequeños servicios, y se iba además con mas confianza a ella, era la mas joven. Siendo la mayoría de las hermanas ya mayores, una dirigía a ella casi indiscretamente aunque ella, que había hecho varias promesas de servir, se encontrase en dificultades para cumplir todo jamás manifestaba que se abusaba de su buena voluntad. La Hna. Isabel era un verdadero paraíso, y si uno no se dirigía a ella era ella misma quien con mucho ingenio tomaba la iniciativa para servir. Tenía todas las delicadezas de la caridad, todas las finuras que hacen amable, fácil la vida religiosa. Eran tan perfectamente equilibradas que no se le escapaba nada que fuera ocasión de comprometer la buena fama de las otras. Era un elemento de caridad y de benevolencia. Jamás le oí la más mínima palabra de crítica o de censura contra lo superiores o contra las otras hermanas, etc. La virtud de la religión era, después de la caridad, la virtud maestra de la Cierva de Dios. En ella esta virtud estaba estrechamente unida a la caridad”.

Finalmente, Hna. Amada de Jesús (vecina de celda de la Beata, nervios muy sensibles, lo que, de parte de Isabel era la ocasión de evitar hasta los mas mínimos ruidos incómodos, y, de parte de los oídos afinados de Hna. Amada, de constatar como, al otro lado de la parte, Isabel se levantaba por la mañana, siempre a la primera señal, jadeando, cuando ya la enfermedad comenzaba a minarla): “Cuando encontraba a alguien ella le regalaba una graciosa sonrisa; no era cerrada, al contrario, era abierta, muy delicada, muy fina, muy despreocupada de sus dolencias; era muy expresiva y cariñosa cuando decía “hermana mía”. No era de esas perfecciones rectilíneas y desesperantes, sino, por lo contrario, humilde y sencilla, sin excluir algunas faltas de fragilidad o de inadvertencia; de todos modos jamás la sorprendí en algún movimiento de naturaleza”.

Viviendo así en esta pequeña parcela de humanidad y de cristiandad, a la que su vocación la habría confiado, unida perpetuamente, en el santo espacio de la clausura, a la pequeña iglesia comunitaria, imagen de la grande Iglesia, la Beata Isabel de la Trinidad fue una Hermanita entre sus Hermanas, positiva, constructiva, a las que trato de estimular, de alegrar, con una serenidad y una igualdad y equilibrio de humor, proveniente de su profunda unión con Dios, “que transforma e ilumina la vida y es el secreto de la felicidad” (L. e. 150). “Con Jesús, decía ella, hay que estar dispuesta a todo. Entonces, todo nos parece hermoso y nada resulta difícil, ni molesto” (L. e. 100).
Pero este equilibrio, dado su temperamento, cuyo “rasgo principal era la sensibilidad” (NI 12) - lo que dificultaba la vida de comunidad!! – tuvo que conquistarlo, los ojos fijos en los ojos del Crucificado!!! Entonces Isabel, en su celda, oraba o releía un texto de San Pablo y “rumiando lo que había encontrado así, terminaba por dominar todo”. Sin duda que el terreno de la caridad fraterna fue la ocasión propicia para “elevarse alto”, para “avanzar”, para “dejar pasar” (terminología que le gustaba mucho).

“Siempre colega”?, le pregunto un día Hna. María de san Bernardo, después de haber reprendido fuertemente a Isabel que había dejado caer algunas gotas de agua en una escalera. A lo que la hija del Capitán contesto: “Colega? Siempre”!!!

2.- La casa y las cosas

a) El MonasterioComo rodea de amor y de veneración el lugar donde, para siempre, puede buscar a Dios! Lo revelan suficientemente las comparaciones y las palabras con las que describe afectuosamente el Carmelo: Este es “el Arca Santa” (P. 90); la “lúcida montaña” (P. 82), “nidito… encantador” (L. e. 102), “nido tan dulce” (P. 87), “dulce nido” (P. 89), “el mejor país del mundo” (L. e. 100), “un rincón del cielo” (L. 97, 142), ciertamente “un cielo anticipado” (L. e. 102), “el cielo en la fe” (L. e. 125), en el Carmelo “que hermoso horizonte… Es el infinito. Por eso, ese horizonte se ensancha cada día mas” (L. e. 102).

El espacio cerrado de su monasterio está habitado con amor y transformado por el amor. Debido a la clausura, Isabel ha debido oír comparar inevitablemente su Carmelo a una prisión, pero ella es su “prisión de amor” (L. e. 102), llenas de simbolismo: “me gusta tanto contemplar esta gran reja que nos separa… El está prisionero por mí y yo estoy prisionera por El” (L. e. 102). “Mi querida clausura me entusiasma” (L. e.139) “esta querida clausura donde he encontrado tanta felicidad” (L. e. 145).

En el monasterio, los claustros y corredores remiten a Dios, sea por su “vació”, que llama a su plenitud y a su sola presencia (L. 123), sea por el sol que evoca la claridad de Dios: “Dice Santa Teresa que el alma es como un cristal donde se refleja la divinidad. Cuánto me agrada esa comparación. Cuando contemplo al sol inundando con sus rayos de luz nuestros claustros, pienso que Dios invade así el alma que solo se preocupa de El” (L. e. 118). Pero hay siempre en el Monasterio un sol que envía sus rayos a todas partes y convierte el monasterio en un santuario: es la Eucaristía: “Oh, qué agradable es tener al Señor tan cerca, bajo un mismo techo” ¡! (L. e. 84). “Cuando abro la puerta y contemplo al divino prisionero que me ha hecho su prisionera en este querido Carmelo, me parece que se entreabre la puerta del cielo. Entonces pongo ante mi Jesús a todos cuanto llevo en mi corazón y les encuentro nuevamente allí, junto a El” (L. e. 85)

Está también el gran Jardín. Obligada a descansar y a tomar el aire puro, Isabel escribe a su mamá: “…me instalo como un ermitaño en el lugar más apartado de nuestra espaciosa huerta donde paso horas deliciosas. Toda la naturaleza me parece estar llena de Dios. El viento que agita los altos árboles, los pajaritos que cantan, el hermoso cielo azul… todo me habla de El” (L. e. 216). Y admira muchas veces “el cielo hermoso, cubierto de estrellas. La luna inunda de luz mi celda a través de los cristales helados. Es un espectáculo colosal!!” (L. e. 163).

b) La Celda (su habitación)
Enamorada de la presencia de la Trinidad en ella, Isabel ama profundamente esta pequeña clausura-en-clausura, que es la Celda. Qué elogios de la celda!! Qué hermosa espiritualidad de la celda!!! Leamos!!!

“Una cama de paja, una sillita, un pupitre sobre una tabla. He aquí mi ajuar. Pero todo está lleno de Dios. Paso allí horas felices a solas con el Esposo. Para mí la celda es algo sagrado. Es un santuario íntimo, destinado sólo para El y su pequeña esposa. Los dos estamos tan bien en ella…Yo callo y lo escucho. Es tan agradable escucharle” (L. e. 145). “Mi celdita. Se parece al paraíso. Es el santuario interior. Solo para El y para mí. Nadie, excepto nuestra Reverenda Madre, puede entrar. Si vieras qué hermoso es vivir en ella bajo la mirada del Señor y en un dialogo dulce y cordial con El” (L. e. 124). “Imagines a su Isabelita en su celdita que tanto ama. Es nuestro santuario. Sólo es para El y para mí. Puede imaginar las horas tan agradables que paso con ella con mí divino Amado” (L. e. 85). “Oh, mi Guita, qué bien se está en mi querida celda! Cuando entro en ella y me veo completamente sola con mi Esposo en quien todo lo poseo, es decir, con mi Todo, no puedo expresarte mi felicidad. Permanezco en ella durante muchas horas. Me coloco con mi crucifijo ante la ventanita. Después…coso ininterrumpidamente mientras mi alma permanece junto a El” (L. e.89).

La alegría de la celda solitaria no disminuye minimamente cuando Isabel se encuentra ya frente a la soledad de la mortal enfermedad: “La oración, el dialogo íntimo (…) es mi única ocupación en mi celdita, que es un verdadero paraíso” (L.278) “Soy la pequeña prisionera del Señor. Me inunda una alegría divina cuando entro en mi querida celda para continuar el dialogo comenzando en la tribuna. Me gusta tanto vivir en soledad con El solo… Hago una vida realmente encantadora de ermitaña. Ya sabes que esa vida tampoco está exenta de debilidades. Yo también necesito buscar a mi Esposo que se esconde profundamente. Pero, entonces, avivo mi faz y me alegro de no gozar de su presencia para que El disfrute de mi amor. Cuando despiertes por la noche, únete a mí ojalá pudiera invitarte para que me acompañaras. Qué impresión de misterio y de silencio ofrece esta celdita con sus paredes blancas destacándose sobre ellas una cruz de madera negra sin Cristo. Es mi cruz donde tengo que inmolarme constantemente para asemejarme a mi Esposo crucificado” (L: e. 264).”Me creo un poco ya en el cielo en mi celdita sola con El solo, llevando mi cruz con mi Maestro. Mi felicidad crece en proporción a mi sufrimiento! Si supieras qué gusto se encuentra en el fondo del cáliz preparado por el Padre celestial” (GV 13).

c) El Hábito
Ved aquí un símbolo monástico y comunitario, visible y tangible, que la acompañara durante todo su vida religiosa: su Hábito de Carmelita, el “querido hábito que tanto deseé vestir” (L. e.145), la “preciosa librea”, que había cantado en su juventud (P. 38).

El hábito expresa su estado de religiosa, de consagrada. La identifica como hija de nuestra Señora del Carmen y de Santa Teresa. La une además a sus Hermanas. Sugiere “al hombre nuevo” (imagen paulina, central en el ritual de su toma de Hábito), la “vida nueva”, a la que es llamada la Monja. Distinto al hábito secular, está relacionado con la vestidura litúrgica, invitación a la alabanza y a la oración ininterrumpida, al recogimiento. Es también vestido de mortificación y de pobreza que esta jovencita, acostumbrada a trajes elegantes, nombra, con una buena dosis de humor, en una carta a sus “tías”: “Os edificaría la pobreza de nuestra ropa. Después de usarla veinte y treinta años, ya supondréis los remiendos que tendrá. Me gusta arreglar este querido sayal que deseé vestir con tanta ilusión. Con él, la vida del Carmelo es una felicidad” (L. e. 233).

Tomar el Hábito es un compromiso exigente. Vestir el Hábito significa “entregarse”, como parece sugerirlo la misma Isabel algunos días antes de su vesticion: “La Virgen María me va a revestir con mi querida librea del Carmelo el día ocho, en esa hermosa fiesta de la Inmaculada Concepción. Voy a prepararme con un retiro espiritual de tres días para ese maravilloso momento de mis desposorios”(L. e. 91). “Pida mucho por su pequeña Carmelita para que se entregue y se dé totalmente y para que alegre el corazón de su divino Maestro. Quisiera ofrecerle el domingo algo extraordinario. Amo tanto a mi Cristo… (…) la feliz desposada que, al fin, va a consagrarse a Aquel que la llama desde hace tanto tiempo y la quiere sólo para sí” (l. e 91). se habrán notado las expresiones “desposorios” y “desposada”: el Hábito religioso tiene para ella también un significado “matrimonial””.

Pero es el Hábito recibido de la Virgen Santísima (“La Virgen María me va a revestir”, decía ella). Y María la conduce a Jesús: “bajo el blanco manto de María” (P. 74), “el manto blanco de la Virgen” (L. e. 108), “seguirá al místico Cordero” (P. 74). Isabel permanecerá siempre sensible a esta relación del Hábito con las “Vírgenes que siguen al Cordero a dondequiera que vaya” Ap. 14, 4). Lo que nos dice acerca de la procesión del día de la Asunción vale para todas las veces que la comunidad se reúne con capas blancas e ilustra el lenguaje permanente del Hábito: “Nos pusimos nuestras capas blancas. Qué hermoso era todo esto en medio de nuestros claustros. Me gusta pensar en ese momento en la procesión de las Vírgenes que siguen al Cordero por donde quiera que va. El ha elegido ya en la tierra a vuestra Isabelita para participar en el divino cortejo entre las esposas del Carmelo. (…) El agradecimiento desborda mi alma” (L. e. 152).

Próxima a su muerte y a su entrada al cielo. El hábito religioso se enriquecerá todavía más con el simbolismo referido al hábito de la gloria” (l. 307), que le será entregado también por maría: “es ella, la inmaculada concepción, quien me ha dado el hábito del Carmelo y le pido que me revista con aquella vestidura de lino finísimo ap. 9,8) con que la esposa se adorna para asistir a la cena de las bodas del cordero (l. e. 261). “…el ocho de diciembre, si la Santísima Virgen me encuentra preparada, me revestirá con el manto de gloria” (L. e. 272). La Virgen se la llevó el nueve de noviembre.

d) El Crucifijo de su ProfesiónA Isabel le gustaba utilizar los signos y, en ocasiones, orar con los sentidos, sobre todo mirando al crucifijo de su Profesión. Lo llevó al entrar en el Carmelo y pudo utilizarlo entonces desde el mismo Postulantazo. Trabajando en la celda se “instala con su crucifijo” y su alma “permanece junto a El” (L. e. 89). El consejo para la oración dado a Guita revela un aspecto de su propia oración: “Cómo va tu meditación? Te aconsejo simplificar el número de libros, leer menos (…) Coge tu crucifijo y mira y escucha” (L. e.88)

El día de su profesión este crucifijo se convierte oficialmente en el signo de su Alianza eterna, profunda!! “Quién pudiera manifestar la alegría que sintió mi alma cuando al contemplar el crucifijo que recibí después de mi profesión y que nuestra Reverenda Madre colocó como un sello en mi corazón (Cant. 8,6), pude exclamar: al fin, es totalmente mío y doy yo completamente suya. Es lo único que tengo. El lo es todo para mí. Ahora ya sólo me queda un deseo por cumplir: amarle, amarle siempre; celar su honor como una verdadera esposa, ser su felicidad, hacerle feliz construyéndole una morada y un refugio en mi alma, donde olvide, a fuerza de amor, cuantas abominaciones cometen contra El los pecadores” (L. e. 136).

En la misma carta Isabel expresa cómo reacciona contra el frió del invierno y los “muchos sacrificios como estos en el Carmelo: “Miro el crucifijo y, al ver cómo El se sacrificó por mí”… trata de identificarse “con los sentimientos del alma del Crucificado”. Podemos suponer que esta mirada de amor al Crucificado y este trabajo de identificación lo realizó muchas veces contemplando el crucifijo de su Profesión.

Con este mismo Cristo ante sus ojos en su corazón escribirá en la tarde del 21 de noviembre de 1904 en su gran Oración: “Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria; quisiera amaros…hasta morir de amor” (N I 15). El será también un medio de unión con quienes ha abandonado: “Para ti estampo un beso de amor en mi crucifijo. El te lo trasmitirá. Es el beso del Esposo” (L. E 157).

Qué mensaje debió dirigir al Crucifijo de su Profesión durante su última enfermedad en la que, según su expresión. Cristo la “ha puesto en su lugar sobre la cruz” (U R 41)? Dos confesiones emocionantes bastan para comprenderlo: Alguien le envió una rosa. Isabel la colocó sobre su crucifijo y escribió: “Su apreciada rosa descansa sobre el Corazón del divino Crucificado. La contemplo constantemente. Me dice tantas cosas” (L. e 246). Algunos días antes de su muerte, Isabel abraza el Crucifijo de su Profesión y dice estas palabras que lo resumen todo: “Nos hemos amado tanto”.

3.- La Regla y los VotosEl don de si misma a Dios y a la iglesia y la apertura de si para recibir el don de Dios estaban orientados por la Regla y los Votos, por su condición de Religiosa.
No es necesario insistir acerca de su amor a la Pobreza. Abrazando con generosidad su vida concreta en el Carmelo, “muchos sacrificios como estos en el Carmelo” (L. e. 114). La señorita Catez venía de una vida bastante cómoda, en la que nada le había faltado en el plano material. La Pobreza del Carmelo (por ejemplo, en la alimentación, las ropas, la celda, el hábito) se extendía hasta los detalles. Isabel observaba generosamente solo el espíritu de pobreza, sino que también, mística como era, lo cultivaba. Cuando miramos los manuscritos de sus cartas, quedamos impresionados por su voluntad consciente, a medida que se aproxima a la muerte, de escoger el papel más pobre, a veces, papel de envolver, ya utilizado, de color tierra. En este sentido, la bellísima carta 264 del 16 de julio de 1906 a su hermana supera todos los recordé. Guita se las debió arreglar muy bien…!!!.

Virginidad? Qué “esposa de Cristo”!!!, que amor tan delicado!!!, qué sentido de Dios!!!.

Obediencia? Veremos en enseguida su amor a la Regla. En cuanto a las órdenes de la Priora Isabel asegura: “me agrada tanto obedecerla” (L. 295). Algunos días antes de morir declaraba: “La voluntad de nuestra Madre ha sido mi vida. Cuando ella decidía algo, la paz inundaba mi alma”. Qué lejos mira Isabel!!. Acaso no llama a la Priora “sacramento” de Dios y su “sacerdote”? En la persona, que es signo y realiza el signo, veía a Cristo que decía a su Padre: “Heme aquí, oh Dios mío, para hacer tu voluntad” (Heb. 10,5, citado en CF.29). “Ser esposa…todo lo que este nombre significa de amor recibido y entregado!!!, de intimidad, de fidelidad, de entrega absoluta!!! Ser esposa es entregarse como El se entregó, es inmolarse como El…” (N I 13).

Ciertamente la Madre Germana tenía grandes cualidades de juicio y de discernimiento. Amaba profundamente a sus hermanas y unía la regla del amor al amor de la Regla. Además tenía un ideal muy elevado: “Fe”, “Oración”, “abandono”, eran sus palabras de orden. Pero también “espíritu de nuestra Madre Santa Teresa” y “amor a la observancia”!! Isabel debe mucho a su Comunidad. Allí encontró el ambiente ideal, propicio para poderse desenvolver en Dios, “sola con El solo” y con la comunidad misma. Se sumergió muy profundamente, totalmente, asumiendo todas las dificultades, todos los usos y todos los sacrificios. “Entregarse para siempre”, contestó (N I 12).

Algunos meses después de su profesión, en una carta confidencial al Canónigo Angles confiesa el ideal religioso que la anima: “Es tan sencillo vivir de amor en el Carmelo…Desde la mañana a la noche, la Regla está presente para manifestarnos en cada momento la voluntad de Dios. Si viese qué amor siento por esta Regla que es el estilo de santidad que El desea para mí (L. e. 147)..

La “Regla” no es solamente la formula de vida dada por San Alberto de Jerusalén, o las Constituciones de la Santa Madre. Son también las “costumbres”, la fidelidad al horario, las buenas tradiciones del monasterio, los programas de trabajo y, evidentemente, los deseos de la Priora en las determinaciones que toma, las tareas que distribuye, las excepciones que concede. Isabel no deseará ningún privilegio y cuando por ejemplo la Señora Catez pidió al Obispo el permiso para ver a su hija cada quince días, en vez de cada mes y durante media hora, no quiso siquiera ni oír hablar de esto.

El contexto de la iglesia en su País, lo hemos dicho ya, estaba a punto de revivir para Isabel la antigua relación, entre vida religiosa o martirio. Esta perspectiva será siempre muy querida para ella. En la misma carta sobre la regla, ya citada, agrega: “Ignoro si tendré la dicha de derramar mi sangre en testimonio de amor a mi Esposo. Pero si vivo plenamente mi vida de carmelita, tendré el consuelo de gastarme por El, sólo por El”. Así será “victima del amor” y “botín del amor” (L. e. 147). En la última estrofa de su también última poesía, la moribunda escribirá: “Colocarlo (a Cristo) sobre tu corazón como un ramo de mirra,/ es vivir tu vida en espíritu martirial./ Que la Regla, oh hermana mía, guardaba con fidelidad,/ te inmole a nuestro Dios, Luz y Caridad” (P.123)

4.- Un estilo de vida contemplativaa) El silencio.“Aislada en la montaña del Carmelo” (L. e. 174), Isabel vivirá con sus hermanas un estilo y un ritmo de vida contemplativa, orientada totalmente a la unión con Dios. El silencio monástico del Carmelo es ante todo una invitación a escuchar a Dios, al servicio de la repuesta orante. “La vida de una carmelita es el silencio. Ella le ama por encima de todo” (L. e.90). “Desearía permanecer constantemente junto a Aquel que conoce todo el misterio para que me lo enseñara. “El lenguaje del Verbo es la infusión del don”. Es así como El habla a nuestra alma en el silencio. Ese amado silencio es un paraíso”. (L. e. 143). Isabel cree, pues, que la Carmelita debe ser una “hambrienta de silencio” para poder escuchar siempre, penetrar siempre y cada vez más en su Ser infinito” L: e. 116). “Aquí, el gran silencio envuelve toda nuestra vida” L: 181).
Y a causa de esta escucha interior, le gusta el silencio material. Es “el punto de la Regla que prefiere” , declara al entrar (N I 12). “Me encanta, sobre todo, las horas del silencio riguroso”, a medio día y por la noche (L. e 85).

La Hna. Amada cuenta: “Un año hicimos un desafió de silencio; ella lo guardó con gran fidelidad; las dos o tres faltas que cometió cada semana fueron siempre por su amabilidad. Por lo demás, el propósito de guardar el silencio le parecía evidente; cuando las Hermanas preguntaban que se proponía ella para la Cuaresma, el Adviento y otros tiempos de mayor austeridad, decía siempre de mayor austeridad, decía casi siempre invariablemente: “El silencio Nos vamos a callar”. Las Hermanas terminaron por conocer de antemano su repuesta y la incomodaban: “silencio, verdad”? Ella sonreía y lo reafirmaba. Cuando las Hermanas pasaban la recreación con ella en la enfermería, vigilaba para que el tiempo previsto no se pasara ni un instante.

Sí ella amaba el silencio: “El domingo es el aniversario del gran día de mi Profesión. Estaré de retiro. Me alegra pasar ese día junto a mi divino Esposo. Tengo tanta hambre de El… está abriendo profundos abismos en mi alma, abismos que sólo El puede llenar. Por eso me sumerge en silencios tan profundos de donde no quisiera salir” (L.e.166). El silencio material la llevaba al silencio interior (U R 3) , este “silencio total, profundo” (U R 21), este “hermoso silencio interior” (U R 26), el “silencio” de María, cuando poseía en ella al Verbo encarnado” (L. e. 159).

Queréis llegar a ser una alabanza de gloria como la Beata Isabel? Mirad una condición: “Una alabanza de gloria es una alma silenciosa que permanece como una lira bajo el toque misterioso del espíritu Santo para que produzca en ella armonías divinas. El alma sabe que el sufrimiento es una cuerda que produce los más dulces sonidos. Por eso desea tenerla en su instrumento para conmover más tiernamente el Corazón de su Dios” (CF 43). Isabel nos recuerda: “Mi regla también me dice: En el silencio estará vuestra fortaleza” (U R 3)

b) El Trabajo
Isabel quería a toda costa no decir palabras inútiles o inoportunas durante las horas de trabajo manual, que renueva los vínculos fraternos y acrecienta las relaciones, pero quería también “no afiebrarse” ni perder de vista al gran presente.

El trabajo manual era evidente una realidad diaria para Isabel. Siendo la más joven de una comunidad no demasiada numerosa, con varias hermanas enfermas o ancianas, debió “arremangarse las mangas”, como lo subraya la Madre Germana. Las horas de trabajo son siempre cortas! “Las jornadas de una Carmelita están totalmente copadas, minuto a minuto, con la oración y el trabajo” (L. 181)

Pero ningún trabajo sin la oración. Isabel lo afirma frecuentemente: “He adornado un altarcito de la Virgen que está en el antecoro. Mientras colocaba flores a los pies de esta buena Madre del cielo, le ha hablado de ti” (L. e. 79). “Fui al lavadero (…) Mira, todo es encantador en el Carmelo. A Dios se le encuentra lo mismo en la lavandería que en la oración” (L. e. 84) . “Me coloco con mi crucifijo ante la ventanita. Después… coso intensamente mientras mi alma permanece junto a El” (L. e. 89). “Me gustaría que me vieseis en el lavadero con el hábito recogido y chapoteando en el agua. Dudáis de mi destreza en esta materia. Tenéis razón. Pero con Jesús hay que estar dispuesta a todo” (L. e. 100). “Lo hago todo con El, y así voy con una gran alegría divina a todo: barriendo, trabajando, u orando, lo encuentro todo tan delicioso y bello, y esto porque en todo veo a Mi Maestro” (L. e. 139). “Yo callo y lo escuches tan agradable escucharlo…Además, le amo mientras manejo la aguja y coso” (L. e. 145). “Bajo su mirada, con EL, por EL y en EL solo. Procuremos darnos siempre de la forma que EL quiera” (L. e. 153). “Pase una buena jornada junto al fogón con la sartén en la mano. No caí en éxtasis como mi madre Santa Teresa, pero tuve presente al divino Maestro que se hallaba entre nosotras. Mi alma adoraba dentro de sí a aquel a quien Magdalena supo reconocer a través del velo de la humanidad ” (L. e. 221).

El trabajo manual, obra de obediencia, de pobreza y también de penitencia, cómo lo subraya la Madre Germana, elemento de equilibrio de una vida de oración y de participación a las necesidades de la comunidad, fue vivido por Israel en una perspectiva consciente de amor (de Dios y del prójimo) y en un clima que permitía la oración ininterrumpida. Se trabaja en el Carmelo “entregándose totalmente al amor” (L. e. 145) “Amar a Dios. Este es nuestro oficio en el Carmelo ” (L. e. 88). !! “Sus ocupaciones en el Carmelo?” Solo existe una ocupación : Amar, orar” (L. e. 145)

Isabel se cuida de no separar en lo mas mínimo el trabajo y la oración, y mucho menos de hacer de él un ídolo, servido en la embriaguez del trabajo por sí mismo o por un simple afán de prestigio o de productividad. Ciertamente ella trabaja “intensamente” (L. e. 89), lo que excluye la pereza y el dejar-pasar, pero sin “afiebrarse” (como decía ella), lo que excluye el bullicio interior y la absorción del espíritu que impide elevar el pensamiento a Dios presente. Cual es el ritmo ideal? El que permita arar frecuentemente, con mucha atención y con mucho desprendimiento a la vez. “Ganarse la vida” puede ser un pretexto para ceder a un activismo no purificado.

Los “recuerdos” cuentan (C. 8): “decía que había experimentado cosas verdaderamente maravillosas, verdaderos “pequeños milagros”, cuando sin querer jamás apresurarse, veía como el trabajo avanzaba más mientras su unión con el Señor era más íntima. Una hermana le confiaba las dificultades que sentía en la oración para alejar las distracciones. Ah, respondió ella, para que eso no ocurra es necesario mantenerse fiel durante el día. Al ver a mi compañera muy atareada, llegué una o dos veces a entregarme demasiado al trabajo, a poner en él toda mi pasión. Pero Dios no quiere esto de sus esposas. En semejantes ocasiones, cuando llegaba la hora de la oración ya podía hacer lo que quisiera, pero era imposible desentenderme de “mis trapos”. Esta confidencia manifiesta el cuidado solícito que ponía para conservarse totalmente para su Dios”.

Escuchemos todavía a Isabel exponer sus convicciones a algunas corresponsables muy metidas en los afanes cotidianos o en la acción apostólica; como la unión con Dios debe ser lo más importante para nuestras hermanas contemplativas, que viven una vida de oración, silenciosa, regular!! A Guita: “Están cierto, pequeña mía, que Dios mora en nuestras almas y que estamos como Marta y María íntimamente unidas…Mientras tú trabajas, yo te guardo junto a El. Además, sabes muy bien que cuando se le ama, las cosas exteriores no pueden apartarnos del divino Maestro. Por eso mi Guita es al mismo tiempo Marta Y María” (L. e. 159). Al Padre Beaubis: “Oh; qué gran poder ejerce sobre las almas el apóstol que permanece constantemente junto a la fuente de aguas vivas! El puede verterse sin que su alma llegue nunca a vaciarse porque vive en íntima comunión con el Infinito” (L. e. 180). Al seminarista Chevignard: “No cree que durante la acción, mientras se desempeña exteriormente el oficio de Marta, el alma puede permanecer siempre adorante, inmersa como María Magdalena en su contemplación bebiendo ininterrumpidamente de esta fuente como un sediento?” (L, e. 137). “Así es como yo entiendo el apostolado de la Carmelita y del sacerdote” (L. e. 137).

c) El Recogimiento del Cuerpo
Los testigos sostienen que la unión con Dios se manifestaba en Isabel exteriormente, en el recogimiento de su cuerpo. Su caminar, sus gestos , su voz , su rostro, su mirada , todo estaba marcado por la paz y la serenidad que brotaban de los profundo de su alma, donde permanecía en la presencia de la Santísima Trinidad . “Durante unos sencillos barridos, cuenta una hermana, mientras desplegaba una actividad perfecta, la expresión profunda de seriedad y de recogimiento visibles en su rostro me impresionaba y me edificaba a la vez. Me parecía que a través de todo continuaba su alabanza incesante”.

Con frecuencia expresaba su deseo de “irradiar” a Dios, de estar tan llena de Dios que, sin decir nada, pueda conducir a los otros hacia El. Como lo hemos visto ya, era un sueño de su juventud. La madre Germana narra unas palabras dichas por ella en su última enfermedad: “Nuestro señor me pide ir al encuentro del dolor de la majestad de una reina “. Y la priora testimonia que las hermanas estaban impresionadas por la dignidad con la que Isabel sabía perseverar hasta el fin.

Las consecuencias, al mismo tiempo que las exigencias, de su contemplación interior la conducían a este recogimiento y a esta compostura exteriores. Ella “camina en Jesucristo ( U R 33)!! Sin quererlo Isabel se describe a sí en su último Retiro al admirar a sus grandes modelos: “Esta es la actitud que adopta el alma. Ella marcha por el camino del Calvario, a la derecha de su Rey crucificado, anonadado, humillado, pero siempre tan decidido , tan imperturbable, tan lleno de majestad” (U R 13). Y esta María de Nazareth ! “La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón (…) Cuando leo en el evangelio que maría que María atravesó premurosamente las montañas de Judea para cumplir un deber de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro de sí, llevando al verbo de Dios” (U R 40).

5._ La Liturgia
Cinco veces al día – y esto cada día de la semana, del mes, del año, de la vida – la comunidad se reúne en el Coro para la celebración de la Liturgia: las cuatro Horas Menores, la Eucaristía, las Vísperas, Completas, Maitines y Laudes (recitados entonces la víspera). No hay que explicar a monjas contemplativas la importancia de la liturgia en la vida orante de la Beata Isabel de la Trinidad. Nos limitaremos a unos rasgos generales (1).

a) La EucaristíaCulmen de la jornada litúrgica es la celebración de la Eucaristía. Que sentimientos animan a la Hna . Isabel, arrodillada en el coro, con su comunidad, asistiendo a la “Misa conventual”, en circunstancias que no permitían la misma participación que se nos ofrece ahora , después del Concilio Vaticano II?

Dos declaraciones espontáneas sugieren la grandeza del misterio que se realiza ante los ojos de su fe ardiente: “Creo que nada manifiesta tanto el amor de Dios a los hombres como la Eucaristía . Es la unión, la consumación . Es El en nosotros y nosotros en El. No es esto ya el cielo en la tierra? Es el cielo en la fe mientras esperamos la visión facial tan deseada (L. e. 143).

Ninguna exposición sistemática!!! Pero los horizontes que tal frase nos abre son inmensos:

_La Eucaristía, obra de amor divino, culmen (“Nada … tanto”) de misericordia.

_Absorción del ser humano en una “consumación” con Dios (este tema lo elabora bastante en CF 18) .

_Misterio escatológico que obra en nosotros “el cielo en la fe” esperando “la visión facial”!!!
“El en nosotros y nosotros en El”!! La Eucaristía intensifica la inhabitación recíproco y aviva el deseo de la comunión eucarística es una culminación, pero es también la fuente de nueva comunión a lo largo de los días.

Esta unión entre las dos “Comuniones” (ya unidas por el solo empleo de las palabras!) es evidente en Isabel. Escuchemos, por ejemplo, ala joven (a quién le gustaba tanto orar delante del sagrario) explicar en su diario: “La instrucción doctrinal de esta noche sobre la Eucaristía estuvo admirable. Jesús mió, deseo ser tan perfecta que se me pueda permitir la comunión diaria. Habré logrado, entonces, Dios mío, la plenitud de mis deseos. Recibiros todos los días, vivir de una comunión a otra en vuestra unión, en vuestra intimidad. Oh, esto sería el paraíso en la tierra! (…) Venid, pues, venid todos los días a mi pobre corazón. Que el sea, Amado mío como, como, vuestra pequeña hostia que jamás abandonéis” (J. 150). Hemos dicho ya antes cual era su alegría en el Carmelo al poder velar cerca al Santísimo Sacramento: “Se pasan horas divinas en ese rincón del cielo donde poseemos la visión beatifica en sustancia bajo la humilde hostia” (L. e. 143).

Pero la Eucaristía es algo más que la Presencia Real, ofrecida a nuestra adoración, a nuestra intersección, y para nuestra alegría, y para nuestro alimento de vida divina. Toda la Eucaristía es Comunión.

Comunión con la Iglesia universal, Representada en el Sacerdote de Cristo y en la comunidad visible de hermanas y de fieles. El cuerpo Eucarístico no puede separarse jamás del Cuerpo Místico del Cristo glorioso. En el momento de la celebración Isabel une al nombre de Cristo los nombres de todos aquellos que ama, de aquellos que sabe que sufren, de aquellos a quienes ella ha prometido su oración.

Comunión con la palabra de Dios, cuyas lecturas asimila (cfr. L. e. 157). También cuando la “liturgia de la palabra” se celebraba sobre todo… la víspera en el refectorio, donde se leía la traducción francesa de las lecturas latinas! …

Comunión, sobre todo, con el Sacrificio de Cristo! Es el momento por excelencia para renovar el don de si misma, con Jesús “ofreciéndose como víctima a su Padre por las almas” (L. e. 116). “Unámonos, escribe, todas las mañanas en la Santa Misa a su espíritu de sacrificio. Somos sus esposas. Tenemos, pues, que asemejarnos a El”. (L. e. 136). Y a su mamá durante la última enfermedad: “No te olvides de que me prometiste permanecer con la Virgen al pie de la Cruz durante la elevación de la santa Misa para ofrecer juntas vuestros hijos al Padre celestial cuyos designios son designios de amor” (L. e. 266). (“Vuestros hijos”, en plural) Jesús e Isabel, hijos del Padre y de la señora Catez, porque como le he explicado Isabel varias veces – por ejemplo Carta 93 -, haciendo la voluntad del Padre, que ha llamado a Isabel al Carmelo, la señora Catez se convierte en la “madre” de Jesús, en el sentido de Mateo 12, 49 - 50).

Nada, pues, de extraño si la Beata Isabel, después de haber vivido su vida de Carmelita unida al sacrificio de Cristo, vive su muerte en una perspectiva eucarística, considerando su lecho de sufrimiento como un “altar” (L. e. 261) o como una “Cruz” (U R 41), considerándose “una pequeña hostia” de una “Misa” que El celebra con ella”, “para asociarla a su gran obra de redención, (sufriendo) en ella como una extensión de su pasión” (L. 309). Oración incesante y sacrificio total: todo se convierte en una permanente doxología eucarística: Per Ipsum, cum Ipso et in Ipso, o con las palabras de Isabel: “En El, con El, por El y para El” (U R 20).

Debilidad humano? El pecado mismo? Los lleva a la Eucaristía, oración expiatoria y redentora por excelencia, pidiendo con frecuencia a los Sacerdote que bañen su alma en la sangre de Cristo (vocabulario que utiliza también para el Sacramento de la Penitencia que recibe cada semana)= ser pura como la sangre de Cristo!!! Pero ser también fuerte: “Báñeme en la sangre de Cristo para participar de su fortaleza” (L. e. 294)!!

La consagración eucarística es el momento por excelencia en el que ella, que se sabe “hostia” y “consagrada por sus votos religiosos”, se deja “consagrar” con el pan, en Jesús: “…Le pido, como una hija a su padre, que me consagre en la Santa Misa como una Hostia de Alabanza para gloría de Dios. Conságrame de tal modo que deje de ser yo y sea solamente El para que el Padre, al verme, me reconozca” (L. e. 261). Transubstanciación espiritual!!! “Ser para El una humanidad suplementaria, que le permita sufrir y continuar su Pasión pues sus dolores son ciertamente sobrenaturales” (L. e. 235).

b) La Alabanza de las Horas
Como una corona alrededor de la eucaristía esta el “Oficio Divino”. Durante casi tres horas y media, Isabel y sus hermanas se reúnen en el Coro, a la sombra del Tabernáculo. “Amo apasionadamente el Oficio Divino” (L. 139) “Que hermoso es el Oficio Divino; lo amo apasionadamente” (L. 235). Durante su última enfermedad, Isabel será muy fiel, mientras pueda a la recitación del Breviario o a seguir el Oficio con la Comunidad desde la pequeña tribuna.

Laudem gloria ama sobre todo el oficio de Laudes (recitado la víspera por la tarde). Enferma, se levanta todavía para recitar esta hora: “Mi maestra me hace ver, decía ella, que el es feliz con estos Laudes nocturnos; esto me estimula para continuar mientras pueda”. Maitines la atraen por otra razón: “es tan agradable unirse al cielo para cantar sus alabanzas en esa hora en que el Señor se encuentra tan solo” (1e. 84). Se cumple así un sueño de su juventud: “Cuando una noche tan profunda y larga / cubre y envuelve al mundo en sus tinieblas/ y Jesús sigue solo, en agonía/ en tu Carmelo se vigila y reza” (P. 32).

En cuanto a las Horas Menores tiene sus criterios: Tercia (“a la que tengo una devoción particular”) es la hora del Espíritu Santo (L. 214, 193); Sexta es la hora del verbo (L. e. 264) y Nona la del padre (L. e. 264).

Cómo animaba ella la recitación coral ?Encontramos en la espiritualidad de Isabel elementos que han debido colaborar intensamente para hacer de esta liturgia un oficio “Santo”, un oficio “Divino” ! !

1.) Su Amor por la Iglesia: Es la oración de la iglesia terrestre, a la que los contemplativos más que nadie están vinculados y obligados a participar. Muchas veces Isabel asegura que orara en el oficio por tal o cual persona, por tal o cual intención: a sus tías, por ejemplo, que le han regalado los seis volúmenes del Breviario (Pesan 1,135 Kg…) escribe: “Vuestros hermosos breviarios en mis manos y vuestros corazones en mi corazón” (L. e. 174).

2·) Su amor por la oración ininterrumpida: La repetición del Oficio y la presencia en el coro le ayudan a perseverar día y noche en la oración. El Oficio es un pedagogo de la oración ininterrumpida.

3·) Su amor por la Escritura: El Oficio abunda en salmos y en lecturas bíblicas.

4·) Su amor por la “alabanza”: Algo particular. Cuantos salmos de alabanza! Cuantos himnos!

5·) Su amor por “el cielo en la tierra”: “es tan agradable unirse al cielo para cantar sus alabanzas… Parece entonces que el cielo es la tierra y que se unen para entonar el mismo cántico” (L. e. 84). Es ya una de las Vírgenes que siguen al Cordero a donde quiera que va! Se une ya a la gran multitud que esta delante del Trono de Dios (U R 12,, 15). Quiere “imitar en el cielo de su alma la ocupación incesante de los bienaventurados en la gloria” (U R 20). La Liturgia de las horas es “cada vez (…) estar en comunión con el cielo” (L. e 139).

c) El Año litúrgico
El modo como Isabel vibra con cada tiempo litúrgico y con cada fiesta en particular muestra como entra en contacto con los grandes misterios de la Trinidad, de Cristo, del Espíritu Santo, del Pueblo de Dios, tal como vienen representados en la escena variada del año litúrgico. Y uno admira el profundo sentido “sacramental” de Isabel al vivir la Liturgia. Para ella las fiestas y las etapas Litúrgicas no solo evocan el Misterio, sino que obran en su alma orante lo que ellos significan y representan litúrgicamente. En navidad, Jesús se encarna sobre todo místicamente en el alma; en pascua lo vemos resucitado y vivo todavía en nosotros; en Pentecostés el Espíritu Santo desciende nuevamente sobre nosotros!!!

Convendría poder recorrer todo lo que ella dice:
- del tiempo del adviento
(el tiempo “más apto para las almas interiores, para esas almas que viven constantemente y a través de todas las cosas “escondida con Cristo en Dios” en al fondo de si misma” (L. e. 231). “En ese mismo silencio y con ese mismo amor de la Virgen. Vamos a pasar así el adviento (L. e. 159); “La vida de la Carmelita es un Adviento que prepara la Encarnación en las almas” (L. e. 250).

- del tiempo de cuaresma (“Una cuaresma de amor” (L. e. 168)”; el desierto donde vivamos con nuestro divino Esposo en profunda soledad, ya que es en ella donde habla 3el corazón” (L. e. 136); “Retirémonos al desierto con nuestro divino Maestro y pidámosle que nos enseñe a vivir su vida” (L. e. 203).

- de la Semana Santa (“No se si os he dicho que impresionantes son la Cuaresma y, sobre todo, la Semana Santa en el Carmelo. Se penetra profundamente en los misterios del divino Crucificado porque El es el Esposo, el único Todo” (L. e. 174); “de todo cuanto he visto en el Carmelo, no existe nada más hermoso como la Semana Santa y el día de Pascua. Hasta me atrevería a decir que es algo único…” (L. e. 140); “Si vierais que hermoso es pasar una Semana Santa en el Carmelo… Ojalas hubierais podido asistir a nuestros solemnes Oficios y sobre todo a nuestra hermosa fiesta de Pascua” (L. e. 139): “Si viera que hermoso es pasar una Cuaresma, una Semana Santa, y un día de Pascua en el Carmelo… Es algo único” (L. e. 104).

- del tiempo en la Ascensión y Pentecostés, que en Carmelo de Dijon era siempre el tiempo del Retiro comunitario (no predicado): el “Cenáculo” (“hemos estado de retiro espiritual en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo era maravilloso” (L. e. 143).

Verdaderamente el ritmo de las etapas (Litúrgicas da colorido y orienta la oración de Isabel en la búsqueda fundamental de la presencia de Dios y de la alabanza ininterrumpidas.

Se podría decir lo mismo de cada fiesta litúrgica en particular. La Inmaculada Concepción (aniversario además de su toma de Hábito). Navidad, Epifanía (“hermosa fiesta llena de luz y de adoración” (L. e. 132), y además aniversario de su profesión), la Anunciación (episodio evangélico particularmente querido de Isabel a causa del Sí total de Maria y de la venida del Espíritu Santo y por tanto del Verbo Encarnado en Maria, el Verbo que habita también en nuestras almas), la fiesta de la Trinidad (“una fiesta de silencio y de adoración. Hasta ahora nunca había comprendido también el misterio y la vocación que encierra mi nombre” (L. e. 107), la Visitación, el Corpus Christi, el Sagrado Corazón, la Transfiguración, la Asunción de Maria, la Natividad de Maria, la Exaltación de Cruz, Todos los Santos, la Presentación de Maria en el Templo (“Me agrada tanto esta fiesta de la Presentación”, escribía ya antes de su entrada (L. e. 39); en el Carmelo los votos se renuevan cada año en esta fiesta…).

Podríamos alargar la lista con las fiestas de los Santos, en particular nuestra Señora del Carmen, Santa Teresa, San Elías, San Juan de la Cruz, San José, Santa Isabel. Y hablar de las Novenas Octavas y procesiones que tanto le gustaban…

D. La transformación en Jesucristo
Queremos concluir este estudio del ideal carmelitano insistiendo brevemente en el gran sueño que sostuvo toda la existencia de Isabel Catez, la Hermana Isabel de la Trinidad: la transformación en Jesucristo! ! Hija espiritual de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, devota de San Pablo, esposa de Cristo, no podía concebir su vida sino como una continua y creciente identificación de amor con Jesús.

1.- El deseo Santidad“Unión”, “unidad”, “unirse”, “comunión”, “comunicarse” he aquí términos que abundan en Isabel y que explican su deseo de una donación total hasta hacer “invalidas” totalmente por la vida de Cristo.

Debe esto a su vocación, está en su lógica de Carmelita”: que sea una autentica Carmelita. Es decir, una Santa, ni mas ni menos” (L. e. 117): “que sea una Santa Carmelita”, pues “me parece que no existe en este mundo nada mas divino después del sacerdocio. Una Carmelita quiere decir un ser totalmente divinizado” (L. e. 156).

El deseo de santidad ha sido siempre puro en ella: no piensa en si mismo, no piensa si no en la gloria y en la alegría de Dios. “Santa contigo y para ti… escribía la jovencita (N I 15). “Santa; porque Dios es Santa” decía la moribunda (cfr. CF 24, U R 22). La Santidad no es una noción abstracta para ella, sino una realidad totalmente relacional y personalizada orientada totalmente hacia la persona de Cristo hacia las Tres Divinas Personas.

Este deseo de santidad corresponde además a la elección divina, de la que habla san Pablo dirigiéndose a todos los cristianos precisamente en una frase (Eph. 1, 4-6) que ha impresionado fuertemente a Isabel y cuya traducción en su Manual del Cristiano es: “(el Padre) nos a elegido en El (Cristo) antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e Inmaculados en su presencia, por la caridad: El que nos ha predestinado a la adopción de hijos por Jesucristo, en unión con El, según el decreto de su voluntad para hacer resplandecer la gloria de su gracia, en la que nos ha justificado en su hijo bien Amado”…”.

Hacer profesión de Carmelita es abrirse apasionadamente a esta elección divina que nos invita a la santidad cristiana. “Ser esposa, escribe Isabel, es tener los ojos en los suyos, el pensamiento puesto en El, el corazón totalmente entregado, todo invalido como fuera de si y trasladado a El, el alma toda en su Alma, llena de su oración, cautivado y entregado todo el ser…”.

2.- Con la vida de Cristo en nosotrosEsta transformación es también deseo del mismo Cristo: “Esta sediento de hacernos participe de todo cuanto El es, de trasformarnos en si” (L. e. 157); “El vive siempre y actúa sin cesar en nuestra alma. Dejémonos modelar por El y que sea el alma de nuestra alma, la vida de nuestra vida para que podamos decir con San Pablo: para mi, vivir es Cristo” (L. e. 127). “Vivamos siempre bajo la mirada de la Belleza inmutable que quiere fascinarnos, cautivarnos, mejor aun, deificarnos, oh, hermana mía “SER EL”, mira todo mi sueño” (L. 121). Por esta razón Isabel se entrega a los TRES, a fin de convertirse para Cristo en una “humanidad suplementaria”, después es ser “revestida de Cristo”, consumada por el fuego de su Espíritu (N I 15). Esta ofrenda obedece al deseo de Dios: “El se a volcado sobre nuestras almas con todo su amor, de día y de noche, queriendo comunicarnos a infundirnos su vida divina para deificarnos e irradiarle después por todas partes” (L. e. 180). Así llegaremos a la medida a la que nos ha llamado: “Ved la medida de la santidad de los hijos de Dios: ser santos como Dios, ser santos con la santidad de Dios; y esto se alcanza viviendo en unión con El en el fondo del abismo sin fondo, en lo mas profundamente interior” (CF 32).

3.- Crear el espacio para la transformación

Isabel repite, por tanto, frecuentemente que la transformación en Jesús exige olvido de si mismo. “Se hará entonces mi gran transformación/ llegando a ser, señor, tu propia imagen./ lo conseguiré solo despreciando cuanto no seas tu, Belleza eterna./ vive fuera de si cundo alguien ama/ porque entonces hay siempre que olvidarse./ el corazón tan solo haya reposo cuando encuentra el objeto de su amor./ ya ves, Jesús, por que en mi amor a ti/ solo deseo tu presencia sana” (P. e. 103).

Para “identificarse con Dios”, Isabel quiere “Olvidarse totalmente de si mismo” (N I 15). “Si El (el Verbo) encuentra mi alma bacía de todo excepto de cuanto significan estas dos palabras: su amor, su gloria, la elegirá entonces por talamos nupcial” (U. R. 7).

Esto nos llevaría mí lejos a estudiar detalladamente la ascesis de Isabel. Sabe muy bien que la PLENITUD se lograra solo con el vació de si mismo: la vida nueva en la muerte del hombre viejo. “Para lograr esta transformación se necesita ciertamente inmolarse. Pero tu amas el sacrificio, hermanita mía, por que amas al divino Crucificado” (L. e. 157). “tengo que inmolarme constantemente para asemejarme a mi Esposo crucificado (…). Se trata de esa muerte mística con que el alma se anonada y se olvida tanto de si, que muere en Dios para trasformarse en El. Hermanita, todo esto exige sufrimiento” (L. e. 264). “Quotidie morior”, pongo la alegría de mi alma (en cuanto a la voluntad no en cuanto a la sensibilidad) en todo lo que pueda inmolarme, destruirme, abajarme, pues quiero dar lugar a mi Maestro” (CF 12). “esta doctrina que parece tan difícil es de una facilidad deliciosa si se mira el final de esta muerte, que es la vida de Dios en lugar de nuestra vida de pecado y de miseria” (G V 3). La “ciudad de Dios ocupara el lugar de la “ciudad mía”. (GV 4). “El “nescivi” de la esposa (“ya no se nada”) se cambiara se transformara en un canto de alabanza al Esposo” (Cfr. U R 1).

Toda esta ascesis se resume para esta profesional de la música en “el bello silencio interior”. Si “todas las pasiones no están perfectamente ordenadas en Dios, no seré una solitaria, porque habrá mucho ruido en mí” (U R 26). “Un alma que transige con su yo, que se preocupa de su sensibilidad, que se entretiene en pensamientos inútiles, que se deja dominar por sus deseos, es un alma que dispersa sus fuerzas y no esta orientada totalmente hacía Dios: su lira no vibra al unísono y el divino Maestro, al pulsarla, no puede arrancar de ella armonías divinas. Tiene aun demasiadas tendencias humanas. Es una disonancia. (U R 3). Tiene que “conservar la fortaleza para Dios” y esto significa “recoger todas nuestras potencias para emplearlas solamente en el ejercicio del amor” (U R 3).

Porque efectivamente en Isabel la primera y la última palabra la tiene el amor, el amor que ora, el amor que contempla: “Existen dos palabras que resumen para mi toda santidad, todo apostolado: “Unión, Amor” (L. 191). Quién es mas santo? Responde con una cita de su antología de Ruysbroecc: “Quién ama más, quien mas contempla a Dios, y quien sastisface más plenamente las necesidades de su contemplación” (C F 24). Su búsqueda ininterrumpida de “amar siempre bajo todas las formas” (N I 13), de “amarle y (de) dejarse amar, y esto todo el tiempo y a través de todas las cosas (L. e. 155) la introduce en la unión con Dios, pues” este amor establece la unidad entre las personas que se aman” (L. e. 153).

Si Isabel manifiesta frecuentemente su deseo del sufrimiento es siempre en la perspectiva de una mayor plenitud de amor. Quere “sufrir” es para ella “querer” “ofrecerse” enteramente, cueste lo que cueste, a todo lo que el Bien-Amado quiera pedir, a todo lo que este encuentro perfecto pueda suponer. “El amor para ser verdadero exige sacrificios. “El me ha amado, El se entrego por mí. Este es el fin del amor” (L. e. 245). “El me impulsa irresistiblemente al sufrimiento, a la entrega de mí misma. Esta es la meta del amor” (L. e. 254). Siempre el amor. A ejemplo de Jesús! Modelo como Crucificado, fuente actual de amor inagotable como Resucitado!

Ved como la transformación total es un cambio recíproco de amor. Dorse es una necesidad del amor: “Es tan hermoso dar cuando se ama” (P. 80). Darse es crear el espacio para que el amor de Dios pueda “invadir y sumergir” (N I 15). Isabel o, más bien, “la Carmelita” “quiere ser una víctima inmolada como El. Su vida es entonces una donación constante, un canje de amor con Aquel que de tal modo se ha posesionado de ella, que quiere transformarla en Sí mismo” (L. e. 141). “El te conocía, hermana, en su presencia./ Quiere que se asemejes a tu Esposo./ Entregarte a su amor divino, inmenso./ Es fuego que consume y diviniza/ bajo la unción del Santo/ conseguirás aquella semejanza/ y dejando de tu serás Cristo/.” (P. 101).

No dudemos, por tanto, que Isabel ha hecho esta experiencia en su vida. “Mientras más se da uno a Dios, más se da El a uno; lo comprendo mejor cada día” (L. 236).

4.- Para alabanza de su Gloria

Toda la vida de Laudem gloria fue una realización progresiva de la vocación cristiana a ser “una alabanza de la gloria y de la gracia” de Dios (Eph. 1, 6). La transformación es la cima de esta vocación, no se puede salir evidentemente de este destino de “Glorificación de Dios”.

“Pienso que se daría una satisfacción inmensa al corazón de Dios si ejerciéramos en el cielo de nuestra alma esa ocupación que tienen los bienaventurados y nos uniéramos a El mediante esa contemplación simple que aproxima a la criatura al estado de inocencia en que dios la creo ante del pecado original, “a su imagen y semejanza”. Este fue el ideal que tuvo el creador: poder contemplarse en su criatura, ver brillar en ella todas sus perfecciones, y toda su belleza como a través de un cristal puro y sin mancha. No es esto una especie de prolongación de su propia gloria?” (U R 3).

Sedienta de Dios, deseosa de “amarlo hasta morir”, Isabel se alimenta con avidez del ideal que nuestro Padre San Juan de la Cruz propone como ideal supremo de esta tierra. “Estoy leyendo actualmente unas paginas hermosas de nuestro Padre San Juan de la Cruz sobre la transformación del alma en las Tres Divinas Personas. Señora Abate, a qué abismo de gloria hemos sido llamados. Oh, ahora comprendo el silencio, el recogimiento de los santos que eran incapaces de abandonar su contemplación. Por eso, Dios podría elevarles a las cumbres divinas donde se consuma la unidad entre El y el alma transformada en Esposa, en el sentido místico de la palabra. Nuestro glorioso Padre San Juan de la Cruz dice que el Espíritu Santo eleva al alma a una altura tan admirable que la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el hijo, y el hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo! Que misterio adorable de amor! Pensar que Dios nos llama por nuestra vocación a vivir inmersos en esas claridades divinas” (L. e. 161).

5.- En el seguimiento de la Reina del Carmelo

Evocando el anterior ideal de la transformación, Isabel concluye: “Quisiera responder a ello pasando en la tierra como la virgen Santa”. “Su alma como un cristal refleja a Dios/ Belleza externa, Huésped que vive en ella”, escribió Isabel novicia Carmelita, admirando la apertura total a Dios, de la que María dio prueba el día de la anunciación (P. 78). María es “la gran alabanza de gloria de la Santísima Trinidad (…) Parece reproducir en la tierra la vida del ser divino, del ser simple. Es también tan transparente, tan luminosa, que produce la impresión de ser la luz misma. Sin embargo es solamente el “espejo del sol de justicia “ (U. R. 15).

Isabel nombra a Maria “Guardiana” de su cielo interior, para que ni su “yo” ni la tierra retrasen su búsqueda de Dios. “Nunca la he amado tanto. Lloro de alegría cuando pienso que esta criatura totalmente serena y luminosa es mi Madre. Me entusiasmo con su belleza como una hija que ama a su madre. Siento un impulso irresistible que me arrastra hacia ella. La he proclamado Reina y Protectora de mi cielo” (L. e. 264).

Algunos días antes de su muerte Isabel expresa cual será su “misión” póstuma. La expone en una carta a una Carmelita, que convendrá leer en conexión con último concejo a su hermana del Carmelo, expresado con una sonrisa. “presiento que mi misión en el cielo consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas, para unirse al Señor a través de un movimiento sencillo y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en El mismo. (…) A nosotras, esposas del Señor, solo se nos permite en el Carmelo amar y obrar a lo divino. Si, por casualidad, la viese desde el centro de la luz apartarse de esta única misión de la Carmelita, vendría inmediatamente a advertírselo. Esta de acuerdo, verdad?” (L. e. 295).

Maria, pues, es la gran maestra de novicia que nos ayudara siempre. “Esta Madre de la gracia va a modelar mi alma para que su hijita sea una imagen viva y expresiva de su primogénito, el hijo del Eterno, Aquel que fue la perfecta Alabanza de gloria de su Padre” (U R 1).

Pues, quién sabía más sobre Jesús? “Se amaban tanto Jesús y Maria. El corazón del uno pasaba íntegro al otro” (L. e. 164).

Y, entonces, a quién pedir mejor que nos e4nseñe a amar y orar? “Pide a la Reina del Carmelo, nuestra Madre, que te enseñe a adorar a Jesús en profundo recogimiento. Ella ama tanto a sus hijas del Carmelo” (L. e. 118).

Pero nosotros le pediremos también un poco a la Beata Isabel de la Trinidad, esta gran Carmelita que ha vivido con tanto ardor y con tanta pureza el IDEAL DEL CARMELO!!!

“Amemos nuestro Carmelo, es incomparable” (L. e. 118). Sí, para nosotros, hijos e hijas del Carmelo, es verdaderamente incomparable.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Mil gracias por su compartir! Su blog es maravilloso!

Continuaré visitando y leyendo...

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